Donald Parkinson responde a «Los comienzos de la política : DSA y el Levantamiento» de Taylor B, argumentando que un partido de trabajadores es necesario para avanzar en una política emancipadora.
Estos últimos ocho meses han sido como ningunos otros. Las luchas políticas de las primarias demócratas ya habían comenzado cuando la pandemia del Covid-19 provocó una crisis sanitaria masiva junto con una dislocación económica que llevó a niveles históricos de desempleo. Era sólo cuestión de tiempo antes de que comenzaran los disturbios masivos, con el asesinato de George Floyd por parte del estado policial actuando como la chispa que puso en marcha meses de protestas y disturbios. En estos meses innumerables estadounidenses tuvieron su primera experiencia de acción política colectiva. La intensidad de la ola de luchas para muchos se sintió como una ruptura con el pasado. La política ya no se limitaba al juego de los propietarios y los expertos tecnócratas, sino que ya era algo disputado por las masas plebeyas en lucha.
Este sentimiento de ruptura decisiva, de una nueva situación cualitativa, es lo que lleva a Taylor B a declarar el ascenso del socialismo democrático a través de la campaña de Sanders y las protestas masivas de Black Lives Matter como un «nacimiento de la política», un acontecimiento singular que en sus propios procesos de movilización social crea nuevas posibilidades para un futuro horizonte comunista. Este sentimiento de ruptura cualitativa le lleva a ver estos acontecimientos como singulares, como precursores de un nuevo proceso creativo que romperá con toda la vieja mugre del pasado y creará nuevas formas de organización. Este enfoque es el que lleva a Taylor B a declarar erróneamente que en este proceso singular debemos declarar en cambio nuestra fidelidad a las energías espontáneas del acontecimiento, para ver a dónde va y qué crea, en lugar de tratar de imponerle nuestras propias ideas. Y la más peligrosa de esas ideas es la noción de partido obrero, que Taylor B declara ser una fuerza de neutralización en la coyuntura actual.
Lo que encontramos aquí es una lógica del “movimientismo” y el “espontaneísmo” donde las energías desatadas por los movimientos sociales y las acciones de masas se ven como si orgánicamente llevaran a una forma superior. Este es esencialmente el argumento de la Huelga de Masas de Rosa Luxemburgo – que el movimiento obrero en lucha encontrará las soluciones a sus problemas y desarrollará nuevas formas de organización que puedan aplicar estas soluciones. Los argumentos fueron llevados a un extremo mayor por los comunistas del consejo como Anton Pannekoek, que finalmente rechazó el partido como una fuerza de neutralización como lo hace Taylor B en Birth of Politics. Como Mike Macnair ha señalado, estas ideas tienen mucho más en común con el enfoque político del anarquista Mikhail Bakunin que con las de sus principales rivales de la época en la Primera Internacional, Karl Marx y Engels.
El atractivo del “espontaneísmo” y el “movimientismo” es una reacción común y popular a la realidad de innumerables grupos leninistas sectarios que afirman ser poseedores de la verdadera sabiduría del marxismo que organizará y dirigirá la revolución proletaria. Cuando la incapacidad de estas sectas para crear conscientemente un movimiento revolucionario desde arriba es clara, el atractivo de una solución desde abajo es seductor. Las masas, incorruptas por los dogmas sectarios de la izquierda en decadencia, pondrán en juego un nuevo sentido de energía y visión y superarán las fuerzas viejas, poniendo en primer plano la nueva política del genuino movimiento social. El fracaso de las sectas socialistas para encontrar una solución a los problemas a los que se enfrentan los socialistas hoy en día hace que la esperanza en la pureza de los movimientos sociales y su movimiento espontáneo sea casi de sentido común en la izquierda activista.
El problema de este enfoque es que contradice el objetivo mismo del comunismo. El comunismo, al menos en parte, puede entenderse como la planificación consciente y el control democrático de los productores sobre la sociedad. El capitalismo crea formas de dominación y control que aparecen como fuerzas impersonales del mercado que nos lanzan según los caprichos de la ganancia. La anarquía del capitalismo, o su falta de planificación, significa que nuestros procesos sociales y productivos nos dominen (a la especie humana) como si fuera una fuerza arbitraria, de la misma manera que las fetichizaciones religiosas dominan a las comunidades religiosas tradicionales como fuerzas fuera de su control. Es por esta razón que la planificación consciente de la sociedad en el comunismo no es un rasgo incidental sino parte de su propia naturaleza como sistema social.
El partido, un instrumento de visión política consciente, se contrapone a las energías inconscientes espontáneas de los movimientos de masas desatados por la campaña de Bernie y Black Lives Matter. No es de extrañar que Taylor B vea que Black Lives Matter contiene más potencial a pesar de su admitido dominio por la pequeña burguesía; mientras que Black Lives Matter es técnicamente una fundación sin ánimo de lucro con su propia existencia organizativa, está claro que la energía del movimiento está en los momentos incontenibles de rebelión en los que se lucha en la calle contra los policías. La cantidad de energía expresada por las masas en la calle no es nada que se pueda descartar, y es fácil ver por qué gran parte de la izquierda invierte más esperanza en estos momentos de ataques no mediados al Estado que en las consignas de las sectas que venden periódicos. En momentos como este, es tentador decir, como Taylor B., que las masas en lucha están más avanzadas políticamente que los diversos sectarios de izquierda.
Sin embargo, si entendemos el comunismo como un proyecto de la humanidad que habla de control consciente de sus propias condiciones de existencia, entonces no es suficiente con poner esperanza en la energía espontánea e inconsciente de las acciones de las masas. Sí, podemos encontrar niveles de organización que surgen de los movimientos de la multitud, como la formación de asambleas, grupos de afinidad, e incluso nuevas organizaciones sin fines de lucro como iniciativas de los activistas. Sería un error negar la obvia creatividad que surge de los movimientos de masas como los que vimos este verano. Sin embargo, sería un error aún mayor declarar que esta creatividad puede producir la organización y la conciencia de clase necesarias para transformar la lucha de clases existente en una que pueda trascender el capitalismo.
Si aceptamos que la planificación consciente de los procesos socio-productivos para satisfacer las necesidades de la especie humana es una cualidad definitoria del comunismo, entonces también deberíamos estar dispuestos a aplicar este principio a la política comunista. Como partidarios del comunismo que creemos que tenemos el deber de luchar por nuestras ideas, es necesario que desarrollemos un análisis de nuestra situación, determinemos lo que se necesita para seguir avanzando en la lucha por el comunismo, desarrollemos un plan de acción basado en este análisis y lo pongamos en práctica. Observamos las fuerzas sociales que promulgaron estas dinámicas, pero es necesario analizar también cómo nuestra situación encaja en una lucha histórica más amplia del proletariado a lo largo de la historia. No podemos desarrollar una forma totalmente nueva de lucha u organización para una coyuntura determinada, sino que miramos a nuestro pasado para comprender cómo podemos actuar mejor y desarrollar una estrategia que nos ayude a encabezar la guerra de clases hacia el comunismo. Después de todo, la coyuntura actual no es algo que se desarrolle simplemente ante nuestros ojos como observadores pasivos. Podemos analizar la situación y actuar colectivamente de manera informada por nuestro análisis para influir en su desarrollo.
¿Pero quién es este «nosotros» del que hablo? ¿Es quien salta a la multitud con una esperanza de liberación o un deseo de romper con el orden actual? ¿Sólo son otros izquierdistas? ¿Otros marxistas? Para hacer la pregunta estratégica de «¿qué hay que hacer?», es necesario que haya un «nosotros» colectivo que pueda actuar como sujeto. De lo contrario, «nosotros» estamos actuando simplemente como individuos, un grupo de afinidad en las calles, una organización sin fines de lucro, o una asamblea general temporal que sólo durará mientras la gente pueda permanecer en las calles. Preguntas como «¿debemos centrarnos en la creación de sindicatos o en las elecciones, debemos oponernos a la guerra, debemos formar una coalición con este partido, debemos organizar manifestaciones a nivel nacional, debemos formar una lucha armada?» sólo tienen sentido cuando el ‘nosotros’ en cuestión es una especie de colectividad organizada que ya se ha unificado en torno a un objetivo determinado. De lo contrario, uno está simplemente gritando a las masas atomizadas esperando que lo sigan.
El «partido» es simplemente esta colectividad organizada que permite que un «nosotros» se forme y actúe de manera decisiva. Esto no quiere decir nada de cómo debería ser un partido, de lo cual he hablado más en otros lugares. En este caso, me estoy centrando y discutiendo en un nivel filosófico más abstracto sobre por qué el partido es necesario. No se trata de la imposición de un modelo histórico abstracto completamente ajeno a la coyuntura, como afirma Taylor B. El llamado a [crear] un partido es más bien un llamado a la estrategia y a la capacidad de ponerla en práctica mediante la formación de un sujeto político, un «nosotros» que puede plantear y responder a las preguntas a través de la acción colectiva.
No dudo que Taylor B acepta la necesidad de una estrategia y una subjetividad política organizada que pueda ponerla en práctica. El problema es que ve la secuencia política actual como una singularidad que existe en una ruptura con el pasado tan radical que anunciará una forma completamente nueva de subjetividad política, dejándonos incapaces de aprender de las lecciones acumuladas del pasado. Se supone que ha habido una ruptura tan radical en la historia que estas lecciones acumuladas sólo pueden ser «tradiciones de generaciones que nos pesan como pesadillas vivas». Argumentos como éste se pueden encontrar en todas partes, desde los partidarios ultraizquierdistas de la comunización inmediata de la sociedad como la revista Endnotes hasta los populistas de izquierda como Laclau y Mouffe. Las antiguas formas de identificación de los trabajadores y las correspondientes formas de organización como el partido y el sindicato fueron expresiones de una época históricamente específica que ya ha pasado. Hoy veremos nuevas formas de subjetividad y formas de organización, y aquellos que plantean las viejas formas de una era pasada están simplemente imponiendo un pasado nostálgico al presente. O eso es lo que suele decirse.
Me gusta llamar a este tipo de argumentos el «atractivo de la novedad». La versión que Taylor B. cita es un ensayo de Sylvain Lazarus, «Lenin y el Partido, 1902 – Noviembre de 1917». Vale la pena resumir su argumento antes de diseccionarlo, ya que nos da una versión sofisticada del argumento del «atractivo de la novedad». Lazarus comienza diciendo que la noción de ‘el partido’ es la base de la política en el siglo XX, lo que es una innovación marcada por “¿Qué hacer?” de Lenin en ruptura con la concepción anterior de la política que se centraba en la insurrección de la clase, ejemplificada por la Comuna de París y las ideas de Marx. El desarrollo por parte de Lenin de la tesis explicada en “¿Qué hacer?” se ve como una ruptura con la idea de Marx de la clase como sujeto revolucionario:
En ¿Qué hacer? Lenin rompió con la tesis de Marx y Engels en el Manifiesto Comunista (1848) con respecto al carácter espontáneo de la aparición de los comunistas en el proletariado moderno. En contraste con la tesis marxista que se puede afirmar como «Donde hay proletarios, hay comunistas», Lenin se opuso a la conciencia espontánea y a la conciencia socialdemócrata (es decir, revolucionaria) y llevó esta oposición hasta el límite.1
Se dice que esta ruptura con Marx comprende una nueva secuencia, el descubrimiento de una verdad que marca una época que demuestra esta verdad. Sin embargo, la secuencia termina en 1917, ya que «el partido» es ahora algo que se entrelaza con el Estado. Ahora sólo se puede hablar del «partido del Estado», una fuerza de conservadurismo debido a su «posición sobre la sociedad». Comienza una nueva secuencia, y la palabra se convierte en «revolución» en lugar de «partido». Lo que esto significa no está claro más allá del hecho de que una nueva forma de política que va más allá del partido. En lugar de buscar el poder del Estado, busca su «subversión, su cese transitorio»2. En su rechazo de una política orientada en torno al poder estatal y al partido, Lazarus llega a decir que el significante de la ‘revolución’ debe ser rechazado ya que «es una noción apolítica, historicista, que reduce el pensamiento de la política, su condición de posibilidad, a la de un carácter de acontecimiento en la exterioridad, y coloca a ésta en una cadena en la que también figuran el ‘partido’ y el ‘estado’… vuelto obsoleto en 1968, en lo que respecta a Francia»3.
Mi primera reacción al argumento de Lázaro aquí es que está haciendo una afirmación que es imposible de refutar porque es imposible de probar. Mirar la historia y desarrollar una periodización puede ser útil. Dicho esto, hay que preguntarse si están imponiendo una periodización al llegar a una conclusión y luego leer la historia al revés para validar esa conclusión. Se supone que las narraciones históricas son explicativas, y lo único que explica la narración de Lazarus es por qué piensa que tenemos que abandonar todos los conceptos pasados de la política marxista y llegar a algo completamente novedoso.
A parte de los problemas metodológicos, la narrativa que Lazarus pinta simplemente no es cierta. Lenin no rompía con la práctica política o las concepciones de Marx y Engels en ¿Qué hacer? y no hacía ningún tipo de argumento original. Como Lars Lih ha señalado, ¿Qué hacer? es un impresionante ejercicio de agresiva falta de originalidad. Los argumentos de Lenin sobre la necesidad de traer la conciencia de clase desde fuera debido a la insuficiencia de las luchas económicas para desarrollarse en la política socialdemócrata por sí mismas es simplemente una aplicación de la «fórmula de fusión» de Karl Kautsky. La fórmula de fusión postula que los intelectuales socialistas como Marx y Engels desarrollaron sus aplicaciones a partir de un estudio de la historia y la economía política, mientras que la clase obrera por necesidad se organizó en un movimiento laboral para defender colectivamente sus condiciones dentro del capitalismo. Los intelectuales socialistas, partidarios conscientemente dedicados de la convicción política, deben fusionar sus conocimientos con el movimiento obrero uniéndose para formar un partido dedicado a la causa de la revolución socialista que esté armado con una teoría científica del cambio social. Kautsky basó esta idea en la vida y obra de Marx y Engels, como muestra en su folleto «The Historical Accomplishment of Karl Marx«. Al anunciar la teoría de Lenin del partido como una ruptura radical con Marx, Lazarus cae en las trampas de la historiografía de la Guerra Fría, así como en los mitos que las sectas leninistas se cuentan a sí mismas sobre el «partido de un nuevo tipo».
Lo que Lazarus está haciendo es proyectar una ruptura radical en la historia para justificar que otra ruptura radical es necesaria. Lenin (supuestamente) rompió con la visión de Marx de la clase como sujeto de la revolución con su visión del partido para tomar el poder con éxito en Octubre. Entonces el partido se convirtió en una fuente de conservadurismo a través de su fusión con el Estado después de Octubre, lo que significa que si vamos a trabajar realmente en el espíritu de Lenin entonces es necesaria otra ruptura, esta vez con el propio partido. Sin embargo, la ruptura nunca ocurrió realmente en primer lugar. El propio Marx luchó por formar el partido de los trabajadores en su propio tiempo y luchó dentro de él por la claridad programática. Su propia vida fue un ejemplo de la fórmula de fusión en la práctica. Kautsky se limitó a sistematizarla y Lenin la aplicó a las condiciones rusas.
La periodización de Lazarus es esencialmente sólo una afirmación de novedad a expensas de la continuidad, mostrando la historia como una serie de secuencias en las que cada una representa una ruptura limpia con lo anterior, donde en la historia un tipo totalmente diferente de política es siempre necesaria. Lo que cambia exactamente en términos de condiciones socioeconómicas para producir estas secuencias y requiere la ruptura concomitante de los marcos políticos se deja a la imaginación. En contra de esta visión de la historia como pura novedad, debemos ver entonces la continuidad de la historia para asimilar mejor las luchas pasadas acumuladas del proletariado y los oprimidos, aprovechando los años de práctica, de ensayo y error, que nos han transmitido nuestros antepasados para producir las instituciones y los conocimientos que existen hoy en día. Lenin no se limitó a analizar la coyuntura inmediata que enfrentaba y a sacar conclusiones de sus tendencias inmanentes para producir práctica. Estaba aplicando conocimientos y prácticas que le habían sido transmitidos por años de experiencia política previa.
Lenin trabajaba con la tradición del populismo ruso y sus años acumulados de fracasos para producir una verdadera revolución social contra el zarismo. Usando una estrategia defectuosa de terrorismo y confiando en las energías espontáneas del campesinado despertadas por una minoría de la intelectualidad, Lenin buscó soluciones que al principio no eran evidentes para sus condiciones. Vio una en el éxito masivo del Partido Socialdemócrata Alemán, que se unió bajo un programa basado en el marxismo para construir un partido apoyado por millones de trabajadores. El propio movimiento socialdemócrata alemán existía en continuidad con las tradiciones del Chartalismo, el republicanismo radical y la propia historia nacional de Alemania, de lucha obrera y rebelión campesina. Todas estas experiencias acumuladas de lucha de clases constituyen la tradición de la actividad comunista en la que no sólo Lenin estaba inmerso, sino también los comunistas contemporáneos, para bien o para mal.
Por esta razón rechazo tanto la periodización de Lazarus como el uso que Taylor B. hace de ella para argumentar que «debemos proceder de una ruptura para hacer política en las condiciones actuales», así como «Marx rompió con los socialistas utópicos». Lenin rompió con Marx. La Revolución Cultural puede ser leída como la ruptura de Mao con el marxismo-leninismo para liberar la política del partido-estado.» Al plantear la historia como una secuencia de rupturas limpias decisivas en lugar de un flujo de novedad y continuidad, nos separa de las generaciones pasadas, de la lucha de clases, obligando a la izquierda a reinventar completamente la política para cada secuencia histórica que encontramos. Cualquier situación concreta de la historia es una coyuntura completamente única, a la vez que está incrustada en una red de determinaciones que son producto de generaciones de prácticas sociales, todas ellas correspondientes a la necesidad de la humanidad de interactuar con la naturaleza. Situarse en la coyuntura significa mirar a través de toda la historia las lecciones acumuladas que nos han sido dadas por estas prácticas sociales y construir sobre ellas, deshaciéndose de la suciedad del pasado que nos perjudica y preservando al mismo tiempo aquellas ideas y prácticas que nos orientan correctamente, continuando el trabajo de aquellos que nos preceden.
Con esta perspectiva, es fácil ver cómo no es idealista reaccionar a la situación actual persiguiendo la organización de un partido obrero. Aquellos de nosotros que nos dedicamos a tales persecuciones continuamos el trabajo de generaciones de partidarios antes que nosotros y llevamos con ellos sus lecciones y métodos. Construir sobre estos métodos y aplicarlos a las condiciones que enfrentamos no es forzar algo extraño y ajeno a nuestras circunstancias actuales. Estas circunstancias no existen en un vacío completamente fuera de una continuidad histórica más amplia.
Lo que es idealista es asumir una ruptura en la historia en la que los actores políticos reinventarán completamente las viejas formas y subjetividades sin construir sobre las tradiciones históricas en las que están insertas. Estamos más atomizados y despolitizados que nunca, por lo que es más fácil vernos a nosotros mismos como desenganchados del pasado y en una posición histórica única en la que debemos volver a la mesa de dibujo y reinventar completamente la política para relacionarnos con nuestra época. Sin embargo, este desengaño es una ilusión, como lo es la noción que acompaña a la reinvención de la política sin tener en cuenta las tradiciones del pasado.
Cualquier intento de reinventar la política de esta manera será inevitablemente pura improvisación. Toda situación requiere improvisación, un «análisis concreto de una situación concreta». Pero la improvisación en política requiere el conocimiento de nuestros métodos de lucha, un conjunto de conocimientos organizativos y políticos que sirva de base. Cuando nos desembarazamos del pasado y buscamos reinventar nuestros métodos de lucha en cada nueva fase de la historia (independientemente de cómo se definan estas fases), acabamos perdiendo este conocimiento y teniendo que improvisar puramente en la oscuridad. Y esta improvisación caerá en los patrones de pensamiento dominantes de la sociedad burguesa-liberal.
Por eso Althusser hablaba de la ideología espontánea de los científicos y también tiene sentido hablar de la ideología espontánea de los activistas4. Al tratar de alcanzar objetivos políticos, los activistas se topan con limitaciones y callejones sin salida, al igual que los científicos se encuentran con momentos de crisis en sus campos. El activista tratará de resolver esos problemas y limitaciones dentro del marco ideológico dominante en la sociedad, de la misma manera que el científico recurre a la filosofía idealista a pesar de la naturaleza realista y materialista de su práctica. Hoy en día, al encontrarse con las limitaciones del momento actual, los activistas se volverán hacia las ideas liberales y anarquistas a menos que se plantee una alternativa coherente. En lugar de conducir a la superación del marco dominante, la espontaneidad tiende a favorecerlo.
Por eso Lenin habló de la necesidad de «combatir la espontaneidad«. Para Lenin, el papel del partido era introducir una conciencia socialdemócrata que no se veía como posible sólo a través de la acumulación de luchas económicas. El hecho de que la acumulación de luchas económicas no llevaría a la generación espontánea de la conciencia socialdemócrata era lo que necesitaba el partido. Lenin vio que la política comunista requiere desafiar la visión dominante del mundo, y el partido permitió que esto se hiciera de manera consciente y sistemática. Esta es la lección del ¿Qué hacer?, y debe ser vista como una lección que no es particular de una cierta fase de la historia como lo entiende Lazarus, sino más bien universal de la política misma. La batalla por la hegemonía debe ser una lucha prolongada y sistemática que empuje contra las ideas dominantes de la sociedad mientras se presenta una alternativa real.
Mi argumento no es que no necesitemos cambios y formas innovadoras de pensar y organizar, sino simplemente que no arreglamos lo que no está roto. La forma de partido no es en sí misma el agente de la neutralización contra los potenciales emancipadores con los que hay que romper. En lugar de ser la causa del burocratismo y otras fuentes de degeneración revolucionaria, el partido es la condición previa para resolver estos problemas. Hay una lucha de clases dentro del propio partido, entre la burocracia pequeñoburguesa y los proletarios que representan. Cuando Taylor B. habla de la forma del partido como la fuente de la neutralización, es la victoria de este estrato pequeñoburgués la que es en realidad la fuente de la neutralización, no la esencia del propio partido. Al llevar a cabo la lucha para controlar la burocracia del partido y democratizar sus organizaciones, el propio proletariado aprende a gobernar la sociedad como clase.
La construcción del partido de los trabajadores permite constituir al proletariado en formas superiores de subjetividad política creando una colectividad que trabaja consciente y deliberadamente para resolver estos problemas. Nos permite convertirnos en una fuerza que puede competir con el poder de clase de nuestros enemigos organizándolos y diseñando estrategias. Para tener cualquier discusión sobre la estrategia revolucionaria, desarrollar un plan de acción, y ponerlo en práctica, se necesita un partido. Los revolucionarios a lo largo de la historia se han dado cuenta de esto. Viendo la inutilidad de las interminables protestas callejeras sin importar cuán militantes fueran, Huey Newton reaccionó a los desafíos que enfrentaban los proletarios negros en lucha ayudando a formar el Partido de las Panteras Negras:
El movimiento estaba en su apogeo en todo el país. Los hermanos de las cuadras en muchas ciudades del norte se movían furiosos en respuesta a los problemas que los abrumaban. Nueva York y otras ciudades del este habían explotado en 1964, Watts se levantó en 1965, Cleveland en 1966, y en 1967 se acercaba otro largo verano caluroso. Pero los hermanos necesitaban una dirección para sus energías. El Partido no quería más disturbios espontáneos, porque el resultado era siempre el mismo: el pueblo podía liberar sus territorios por unos pocos días u horas, pero eventualmente la fuerza militar del opresor acabaría con sus conquistas. Al no tener ni la fuerza ni la organización, el pueblo era impotente. En el análisis final, los disturbios sólo causaron más represión y la pérdida de hombres valientes. Los negros sangraron y murieron en los disturbios y fueron a la cárcel por cargos menores o falsos. Si los hermanos pudieran organizarse en cuadros disciplinados, trabajando en programas comunitarios de amplia base, entonces la energía gastada en los disturbios podría dirigirse hacia cambios permanentes y positivos. 5
Las palabras de Newton son increíblemente clarividentes hoy en día, ya que meses de protestas callejeras en los EE.UU. se enfrentan a la realidad de la impotencia organizativa real de la izquierda y su incapacidad para proporcionar una alternativa al régimen existente. Acciones masivas, disturbios, huelgas generales, no son sustitutos de la capacidad organizativa para gobernar. Incluso si la última ola de protestas hubiera derribado al gobierno, la realidad habría sido que los militares hicieran una transición constitucionalmente legal a un gobierno de reemplazo, dirigido por los mismos partidos que estaban allí antes.
A diferencia de Taylor B, creo que Marx tenía una teoría de la política. Aunque se necesitarían figuras como Engels, Bebel, Kautsky, y Lenin para sistematizarla, Marx creía en última instancia que la política era acerca de clases que se disputan, toman y mantienen el poder. El comunismo se basaba en que el proletariado tomara el poder a escala internacional, lo que requería una lucha prolongada en la que el proletariado se organizara como una clase que pudiera plantearse como una alternativa a la sociedad capitalista. Para ello, el proletariado debía formar un partido y aprender a autogobernarse organizándose a escala nacional e internacional y librando una batalla política por el republicanismo democrático radical y la socialización de la producción.
A diferencia de los sectarios socialistas de hoy y de su propio tiempo, Marx luchó por un partido que se basara en la unidad en torno a un programa político, no en un credo teórico específico o un dogma filosófico. Marx luchó por la unidad de todos los revolucionarios con principios en torno a una estrategia para que el proletariado se constituyera como clase y luchara por el poder político, no por la pureza de una microsecta. Muchos desconfían hoy en día del proyecto de construcción del partido por las actitudes tóxicas de los sectarios que promueven la desunión, y no hay que confundir mi argumento a favor de un partido obrero con un argumento a favor de una nueva secta. Lo que se necesita es la unidad de los marxistas dentro de la izquierda existente en torno a un programa de independencia de clase y una estrategia de construcción de un partido que organice las comunidades de la clase obrera y se presente a las elecciones. Tal unidad requerirá una ruptura de las identidades sectarias a favor de la colaboración y las fusiones, y no se ganará fácilmente. Sin embargo, el desarrollo de argumentos como los de los camaradas del Red Star DSA muestran un potencial para tal iniciativa en la izquierda. Una cosa es segura – sin un partido, no tenemos nada. Porque sin un partido, no hay un «nosotros».
- Sylvain Lazarus, “Lenin and the Party, 1902-November 1917,” Lenin Reloaded, ed. Sebastian Budgen, Stathis Kouvelakis, and Slavoj Žižek (Durham and London: Duke University Press 2007), 259-59
- Ibid., 262
- Ibid., 265-66
- Althusser, Philososphy and the Spontaneous Philosophy of the Scientists (London: Verso, 1990), ver capítulo 3
- Huey P. Newton,Revolutionary Suicide (New York: Penguin, 2009), 162-163