Donald Parkinson analiza la historia de la Primera, la Segunda y la Tercera Internacional, y defiende un enfoque de la construcción de partidos y de estrategia política basado en los aspectos positivos y negativos de estas experiencias.
Este artículo pretende ser una intervención sobre los debates que se están produciendo en la izquierda sobre la cuestión del partido y la estrategia revolucionaria, en particular en Estados Unidos. Reivindicar un «partido de los trabajadores» no es una posición única en el izquierdismo estadounidense. Sin embargo, el significado de esto sí es algo abierto, ya que gran parte de la extrema izquierda se aferra a una estrategia de presionar a los demócratas como alternativa suficiente. Mi objetivo aquí no será convencer a aquellos que no han comprendido lo obvio: que se necesita un partido y una participación en la política de masas independiente de los demócratas si queremos alcanzar cualquier objetivo político radical. En la historia reciente de la izquierda, era quizás un punto controvertido argumentar que un nuevo partido obrero revolucionario debería ser el objetivo de la izquierda, ya que las ideas de «horizontalismo» y «cambiar el mundo sin tomar el poder» tenían una vigencia activa. En la difusa izquierda activista de la época de las protestas de Occupy, reinaba una especie de “sentido común” anarquista de que los partidos y el poder del Estado eran inherentemente opresivos. Ahora está claro para más gente que para cambiar el mundo hay que hacer política de masas, y que para ello hay que organizarse en torno a una visión de cambio, o a un programa. Para ello es necesario formar un partido, una organización de personas que comparten colectivamente un compromiso con un programa. Sin embargo, el tipo de partido por el que luchamos es un tema de debate intenso, tanto en lo que respecta a su forma como a su orientación estratégica general. Para desarrollar un auténtico Partido Comunista, necesitaremos una visión positiva de aquello por lo que estamos trabajando. Mi objetivo en este artículo es ayudar a desarrollar esa visión positiva. Comenzaré con una visión histórica de la cuestión del partido, luego criticaré el leninismo moderno, articularé cómo puede ser una visión alternativa de un partido y una estrategia, consideraré la cuestión de si la revolución es necesaria y lo que implica, y especularé sobre cómo puede ser una futura república obrera que ponga a la clase obrera en el poder (y en el camino hacia el comunismo).
Además de la suposición general de la necesidad de un partido, mis argumentos se basarán en otra suposición general, que es que necesitamos formar un Partido Comunista en lugar de un simple Partido Laborista. Algunos pueden insistir inmediatamente en que no hay diferencia, y que los comunistas nunca están separados de ningún partido general de la clase obrera. Sin embargo, un partido puede tener una base obrera y sólo luchar por los intereses de la clase obrera nacional dentro del Estado como una especie de grupo corporativo con intereses que pueden equilibrarse con las necesidades de toda la nación. Un Partido Laborista que se limite a luchar por la legislación dentro de los confines de la nación para beneficiar la posición inmediata de la clase obrera de dicha nación no es un partido que luche por los intereses reales a largo plazo de la clase obrera, que son los de una unión global. De hecho, tales partidos, por ser de carácter nacional, deben ayudar a mantener la competitividad de ese Estado-nación en un mercado capitalista global. Esto significa que el partido sólo puede llegar a beneficiar a su base obrera. También sirve para dividir a la clase obrera según las líneas nacionales. Siguiendo estos criterios, estos partidos obreros pueden ser categorizados como «partidos obreros burgueses». Luchan por los intereses de las clases obreras dentro de los límites del orden burgués, aunque a veces entren en contradicción. Al final, el objetivo de las burocracias de los «partidos obreros burgueses» es ganarse la lealtad de las bases y suavizar estas contradicciones, a menudo apelando al nacionalismo y a los proyectos imperiales.
Algunos grupos de izquierda argumentarán que primero debemos agitar un partido de este tipo, y luego formar facciones dentro de él para que los comunistas puedan hacer entrismo con el fin de transformar el partido en un vehículo para la revolución. Este enfoque debe ser rechazado definitivamente. Los comunistas deben organizar el tipo de partido que necesitamos, que no es un Partido Laborista burgués que lucha por los intereses inmediatos de un sector nacional de la clase, sino por los intereses a largo plazo del proletariado mundial. Esto significa un partido organizado en torno a un programa para una república obrera mundial y un objetivo a largo plazo de llegar al comunismo. Un partido comunista no puede ser simplemente un partido obrero con una bandera roja, sino que debe agitar directamente por el comunismo y el internacionalismo, luchar contra todas las formas de opresión y despreciar la ocultación de sus objetivos. No debe limitarse a sentarse en la mesa de negociaciones como representante en buena fé de la clase, sino que debe actuar como un partido de oposición que no esté comprometido con la lealtad hacia el estado de derecho y la constitución burguesa. Antes de seguir describiendo el Partido Comunista ideal, vamos a ver la historia de la Primera, Segunda y Tercera Internacional, que representaron el movimiento comunista mundial en su apogeo.
De la Liga Comunista al Comintern
Para empezar, comenzaremos con Marx y Engels sobre la cuestión del partido y trazaremos el desarrollo del pensamiento marxista a través de la Segunda y la Tercera Internacional. Los puntos de vista de Marx y Engels sobre el Estado y la política cambiaron y se desarrollaron a lo largo del tiempo, al igual que sus pensamientos sobre cuestiones como el colonialismo y la historiografía. El tema de la organización revolucionaria no fue una excepción.
Marx no fue el primer comunista y se integró en un movimiento ya existente de revolucionarios que iban desde neojacobinos republicanos radicales, socialistas utópicos, socialistas conspiradores que pretendían seguir la tradición de Babeuf, «verdaderos socialistas», cartistas y mutualistas proudhonianos. La organización que se convirtió en la Liga Comunista, la Liga de los Justos, era similar a las sociedades secretas en la tradición de la Conspiración de los Iguales de Babeuf y dominada políticamente por el «verdadero socialismo» de Weitlings. Marx y Engels renovaron la Liga, infundiendole su concepción materialista de la historia y su estrategia política orientada en torno a la lucha de clases. Sin embargo, la Liga Comunista seguía conservando los restos de una organización comunista enraizada en una tradición que existía antes de que Marx y Engels desarrollaron una visión concreta del partido.
Después de la experiencia de la Liga Comunista, Marx se centró en sus propios estudios antes de unirse a otra empresa de construcción de partidos. Marx, en una carta de 1860 al poeta Ferdinand Freiligrath, describió la Liga Comunista como un partido sólo en el «sentido efímero» y la comparó con la Blanquista Société de Saisons.1 De esto se desprende que Marx había desarrollado una crítica de la Liga Comunista original y creía que su aparato organizativo era adecuado para un período anterior y menos maduro de la lucha de clases. Una pequeña minoría militante actuando en un levantamiento de masas como fue la revolución de 1848, había demostrado ser insuficiente para las necesidades del proletariado. Esta crítica a su antigua organización puede considerarse influyente en su posterior carrera política.
Marx, inspirado por su participación en la Primera Internacional, desarrollaría su propia concepción del partido como una especie de asociación obrera de masas unida en torno a un programa mínimo de independencia de la clase obrera. Con esto, Marx no quería decir que sólo los trabajadores asalariados pudieran unirse al partido o que el programa sólo beneficiara a los trabajadores asalariados, sino que todos los miembros se disciplinaran en torno a un programa que expresara los intereses generales de la clase obrera en contraposición a los intereses de otras clases. Para Marx, esto implicaba la abolición del sistema salarial, con lo que llegaría la emancipación de toda la humanidad. No era un partido de «todo el pueblo», como proclamarían los partidos burgueses, sino un partido de oposición arraigado en la fuerza combinada de la clase obrera organizada.
La combinación de los trabajadores de todos los países culminó en la Primera Internacional y podía considerarse como un frente unido generalizado de las diferentes tendencias del movimiento obrero. Había facciones públicas que debatían abiertamente sus puntos de vista y aspiraban a obtener victorias políticas mediante la democracia mayoritaria. Marx reconoció que su propia tendencia no era dominante, enfrentándose a la oposición de los seguidores de Lasalle, Proudhon, Bakunin y muchos otros. Sin embargo, en general, no había una sola «ideología» o escuela de pensamiento que dominaba la Internacional, más allá de las virtudes republicanas básicas. Más bien, el partido estaba unido en torno a un programa fundacional, y su centralismo se basaba en el programa del partido. Esto fue algo que la Primera Internacional elaboró, a diferencia de un programa que se impuso a los miembros. Sería a través de la deliberación democrática como se encontraría la unidad, incluso si Marx no tenía ninguna duda de que sus puntos de vista debían ser implementados por el partido (como lo hace cualquier partidario político).
Esta forma del partido influiría en la Segunda Internacional después de que la Primera Internacional se derrumbara por los debates entre los seguidores de Marx y Bakunin. Al igual que la Primera Internacional, la Segunda Internacional era una federación de partidos nacionales con sus propios programas, sujetos a las reglas establecidas en el congreso general. Sin embargo, el nivel de centralismo era bajo a nivel internacional. Políticamente, la II Internacional se basó en un compromiso entre los «socialistas de Estado» lasalianos y los marxistas ortodoxos. La corriente lasaliana creía en la utilización de las elecciones burguesas para conseguir financiación para las cooperativas obreras y los talleres estatales, respaldando una forma de socialismo que, a diferencia del marxismo, abrazaba directamente al Estado capitalista. En 1881, Karl Kautsky, que se convertiría en el principal teórico de la ortodoxia marxista, condenaría el «socialismo de Estado» de los lasalianos como «… socialismo por el Estado y para el Estado. Es el socialismo del gobierno y para el gobierno» 2. Para que el marxismo se consolidara en el movimiento socialdemócrata, sus partidarios tenían que ganar la lucha política contra otras corrientes del socialismo. Esto eventualmente acabaría pasando.
En 1891, el mayor partido de la Internacional, el SPD alemán, redactaría el clásico Programa de Erfurt bajo la dirección teórica de Kautsky, que simbolizaba el logro del dominio marxista sobre el partido. Esto no significó que toda la Internacional asumiera la línea marxista «ortodoxa», ya que seguían existiendo facciones disidentes. El ejemplo clásico es el de los revisionistas de Bernstein, que argumentaban contra la revolución en favor de una reforma evolutiva para transformar el estado capitalista en socialismo. Bernstein también era pro-colonialista, y aunque la Segunda Internacional apenas iba más allá del eurocentrismo en la práctica, en teoría era un partido mayoritariamente anticolonialista. Hasta 1914, las opiniones de Bernstein representaban una minoría. Aunque los anarquistas habían sido expulsados con éxito del partido, el SPD dio cabida a estas tendencias revisionistas. Aunque la Segunda Internacional representaba una continuidad con la Primera Internacional en su diversidad de tendencias, estaba relativamente más consolidada políticamente, aunque seguía manteniendo facciones muy divergentes. La tensión con los «revisionistas» de la Segunda Internacional queda ilustrada por el llamamiento de Rosa Luxemburg a la expulsión del ala revisionista en 1898. Esta medida no tuvo éxito, ya que Kautsky y Bebel defendieron su derecho como tendencia minoritaria. La necesidad de una mayor unidad política en torno al programa se consideraba superior a estas diferencias ideológicas, a pesar del intenso escrutinio y la crítica de Kautsky al ala revisionista3.
La estrategia general de la II Internacional, expuesta por Kautsky en su clásico Camino al Poder, puede resumirse como una «estrategia de desgaste» o «paciencia revolucionaria». Esta estrategia se basaba en cierto modo en los argumentos que Engels le dio a Wilhelm Liebknecht, según los cuales el partido no debía «desperdiciar este creciente choque diario en escaramuzas de vanguardia, sino mantenerlo intacto hasta el día decisivo«4. En otras palabras, hay que construir un ejército antes de entrar en batalla. Según Kautsky, el partido crecería cada vez más gracias a los éxitos en el trabajo electoral y sindical, así como a su «cultura alternativa», que llegó a incluir escuelas del partido, clubes de excursionistas, grupos de ciclistas, un club de remo, coros socialistas, asociaciones de mujeres y organizaciones de ayuda mutua, junto con una variedad de publicaciones del partido. Las elecciones mostrarían no sólo el éxito del partido en la conquista del público en general, sino que movilizarían a la clase obrera en campañas políticas para desarrollar su conciencia de clase. El partido también encabezó el movimiento sindical, ayudando a transformar el movimiento sindical de organizaciones gremiales con intereses sectoriales en un movimiento sindicalista unificado.5 En general, mientras que se desarrollaba la crisis del capitalismo, las filas del partido crecerían hasta que las contradicciones del capitalismo llevarían finalmente a un momento de crisis en el que el partido podría tomar el poder e instalar una república obrera. El partido debía tener cuidado de no precipitarse a la insurrección o provocar al enemigo de clase a la represión; no se olvidaba el recuerdo de las leyes antisocialistas de Bismarck y cómo frenaban la organización de clase. Esto significaba que el partido no debía limitarse a luchar por las conquistas económicas, sino también por los derechos democráticos. Se consideraba que estas luchas debían educar a la clase obrera en el arte de la política y preparar a la clase para que se convirtiera en el cuerpo capaz de gobernar la sociedad. Aunque no todos los partidos de la Segunda Internacional mantuvieron este principio, el SPD alemán se negó a entrar en alianzas electorales en gobiernos de coalición con los partidos burgueses o a enviar ministros al gobierno ejecutivo. El proletariado sólo podría tomar el poder en sus propios términos cuando contara con el apoyo de las masas y el capitalismo estuviera en quiebra.
Esta estrategia general sigue teniendo mucho mérito, pero ha sido rechazada en su totalidad por los marxistas revolucionarios en favor del modelo de la Tercera Internacional (o Comintern), que descarta el modelo de la Segunda Internacional por considerarlo totalmente reformista. Hay una buena razón para ello: la estrategia acabó fracasando cuando los partidos de la Segunda Internacional desarrollaron tendencias nacionalistas. Cuando llegó el momento de la crisis en la Primera Guerra Mundial, la mayoría de los partidos se convirtieron en partidarios de su propia nación en lugar de su clase. El internacionalismo era fácil de proclamar, pero cuando llegaban los momentos difíciles no era fácil de cumplir. Esto, por supuesto, condujo a la salida de los radicales de la Segunda Internacional y, tras la Revolución Bolchevique, a la creación de una Tercera Internacional Comunista. La socialdemocracia se había dividido en socialdemócratas reformistas y comunistas propiamente revolucionarios, y la Internacional Comunista, o Comintern, pretendía consolidar a todos los comunistas revolucionarios en un único partido mundial. La Comintern fue un intento de sustituir la decrépita Segunda Internacional por una organización marxista propiamente revolucionaria, compuesta inicialmente por veteranos de los antiguos partidos de la Segunda Internacional y por minorías de trabajadores recién radicalizados, a menudo recién salidos de las trincheras. Se formó sobre la base de la observación de que el capitalismo global había entrado en un periodo de «Guerras y Revolución» en el que el propio capitalismo estaba en declive y el proletariado revolucionario ascendía. En cierto modo, la Comintern inicial se veía a sí misma como un «estado mayor» del proletariado mundial, con cada sección nacional actuando como un batallón que sería enviado a la batalla en una guerra civil global contra el capitalismo. Muchos trabajadores se unieron a los primeros partidos de la Comintern con el deseo de desplegarse inmediatamente en el frente de esta batalla6.
El Comintern se fundó no sólo partiendo de la base de que el periodo de «guerras y revolución» exigía un cambio de estrategia política, sino también de que era necesaria una ruptura radical con todos los aspectos de la II Internacional. Esto se basaba en la correcta observación de que la política de la Segunda Internacional acabó materializandose en una distorsión de derechas que condujo al desastre de 1914. La Tercera Internacional introdujo una estructura más centralizada y exigió a sus partidos que se purgaran de las influencias reformistas. La idea era hacer imposible que alguien como un Ebert o un Schneiderman (líderes del SPD que llegarían al gobierno y tendrían que ver con el aplastamiento del levantamiento espartaquista) se hiciera con el liderazgo del partido. Esta estructura centralizada se asemejaba a una cadena de mando militar, lo que reflejaba la opinión de que los partidos iban a entrar pronto en una guerra civil armada. También reflejaba los cambios en el propio Partido Bolchevique, que pasó de ser una organización de masas más democrática a un partido de guerra militarizado. Para muchos trabajadores e intelectuales radicalizados, Octubre había señalado los últimos días del capitalismo. Era tarea de los trabajadores del mundo unirse y terminar lo que los bolcheviques habían empezado. La purga del partido se consideraba una herramienta utilizada para fortalecer sus filas y mantener la pureza frente a la influencia de los reformistas. Esta política tenía atractivo debido a la traición de la socialdemocracia, que una vez más había ayudado a la burguesía a derramar sangre proletaria en su papel de supresión de la Spartakusbund, así como su apoyo al gobierno provisional de Kerensky en Rusia, que había continuado una guerra ofensiva en Alemania. En su segundo congreso, la Comintern había establecido una lista innegociable de 21 condiciones políticas a las que debían adherirse sus partidos. Como cualquier programa, estas 21 condiciones eran una forma de establecer los límites de la afiliación al partido. Esto creó divisiones políticas con los socialistas reformistas sobre una serie de cuestiones. Entre ellos, el imperialismo era clave, una cuña que separaba a los auténticos comunistas de los socialchovinistas.
El Comintern hizo un esfuerzo concertado para superar el eurocentrismo de las anteriores Internacionales, intentando formar partidos en todo el mundo. El anticolonialismo se convirtió en una prioridad, lo que se reflejó en la Conferencia de Bakú, en la que Zinóviev llamó a los revolucionarios del mundo colonizado a unirse a la revolución mundial. Solo contando esto, la Tercera Internacional fue una mejora de la Segunda. Los marxistas avanzaron hacia un universalismo verdaderamente internacionalista que consideraba que el mundo entero tenía capacidad de acción en el proceso revolucionario y luchaba políticamente contra el chovinismo interno europeo. Citando a Zinóviev en su debate con Mártov en la Conferencia de Halle (en respuesta a la burla de Mártov a los esfuerzos bolcheviques por ganarse a los revolucionarios del Tercer Mundo en la Conferencia de Bakú), «‘la Segunda Internacional estaba restringida a la gente de piel blanca. La Tercera Internacional no clasifica a la gente según el color de su piel «7. Si el Comintern adoptó o no el enfoque programático correcto respecto al anticolonialismo es otra discusión importante. Aunque con una mayor centralización y un intento serio de existir a escala internacional, el Comintern estaba más cercano a un «partido mundial». Esto fue una corrección vital a las desviaciones nacionalistas de la Segunda Internacional. Mientras que ellos planeaban que el proletariado tomaran el poder en un país a la vez, el Comintern pretendía unir al proletariado en una revolución mundial. Lo que no estaba claro entonces era lo prolongada que sería la lucha por una revolución mundial.
Mientras que la II Internacional cometió desviaciones derechistas, podría decirse que en los principios de la Comintern cometió distorsiones «ultraizquierdistas», retrocediendo en cierto modo a la estrategia de la Liga Comunista de una minoría militante que actuaba en un levantamiento de masas semi espontáneo. Si la Segunda Internacional tenía una «estrategia de paciencia», la Tercera estaba plagada de una especie de impaciencia revolucionaria, actuando sobre la suposición de que una revolución mundial era inevitable y de una mayor fé en el poder de una minoría revolucionaria militante. Esto se debió, en parte, al deseo de romper con la socialdemocracia en favor de una política más insurreccional, a una minoría militante de la clase obrera que quería luchar contra el enemigo de clase lo antes posible, y a una interpretación errónea de la revolución bolchevique como una toma de poder por parte de un pequeño partido. La ruptura con la táctica de la socialdemocracia tuvo la ventaja de permitir la promoción de tácticas más combativas, como las huelgas de masas, y tuvo en cuenta la posibilidad de enfrentamientos violentos con la reacción capitalista antes de la toma del poder. Sin embargo, esto también conduciría a una fetichización de la acción directa y la espontaneidad. Para los miembros más extremistas, como Bela Kun, el partido se concebía como una «minoría militante» que empujaría a las masas a la acción revolucionaria cuando estallaran las huelgas masivas, lanzando inevitablemente al proletariado a la lucha contra un capitalismo en decadencia. Aunque la III Internacional se había mostrado más dispuesta a romper la camisa de fuerza del legalismo constitucional, sobreestimó la capacidad de la «minoría militante» para impulsar a la clase obrera a la acción interviniendo en oleadas de huelgas de masas, un proceso que podría conducir a la formación de soviets que pudieran tener autoridad política y ser dirigidos por los partidos de la Comintern hacia el comunismo.
Esta táctica tenía un gran problema: la mayoría de la clase obrera no estaba alineada con el Comintern y seguía siendo leal al SPD. La cuestión de la dirección del movimiento obrero aún no se había abordado seriamente, y se subestimaba la hegemonía de la socialdemocracia. En sus cuatro primeros congresos, el Comintern se enfrentó cada vez más a este hecho e intentó desarrollar una estrategia para ganar a la clase obrera desde la socialdemocracia. El comunismo de izquierdas: Un Trastorno Infantil de Lenin puede verse como una polémica contra las tendencias de la Comintern que pretendían precipitarse en la batalla sin ganar la dirección del movimiento obrero, y un recordatorio implícito de que ciertas tácticas de la II Internacional seguían siendo útiles. Muchos de los «izquierdistas» contra los que Lenin argumentaba, como Herman Gorter y Anton Pannekoek, afirmaban que la situación histórica había cambiado y que ahora era necesario abstenerse de las elecciones y romper con los sindicatos en favor de los consejos de fábrica. Consideraban estas tácticas eran restos de una fase anterior del movimiento obrero que había quedado obsoleta e incluso perjudicial por la táctica de las huelgas de masas, siendo los consejos obreros las formas clave de organización proletaria. Algunos «izquierdistas» estaban a favor de un «partido de vanguardia» minoritario que guiará la lucha espontánea de los consejos obreros, mientras que otros, como Otto Rühle, estaban en contra de la organización partidista por completo. Sin embargo, al hacer estas atrevidas declaraciones sobre la táctica y los periodos históricos a los que pertenecían, los izquierdistas eran incapaces de adaptarse a las situaciones cambiantes. No bastaba con tener una sólida base teórica y la capacidad de ver más allá del oportunismo de los reformistas si no se contaba con un agudo sentido de la política. La organización de la revolución requiere flexibilidad táctica: el proletariado debe utilizar todas las tácticas posibles para ganar. Para Lenin, en su refutación a los «izquierdistas», lo importante no era la táctica, sino el principio que las anima. Lenin argumentaba que ganar las elecciones y la dirección de los sindicatos no eran tácticas intrínsecamente corrompidas por el legado de la socialdemocracia, sino tácticas que debían utilizarse con fines revolucionarios y no reformistas. Si no lo hacían, simplemente cedían terreno a los reformistas. La tendencia de la izquierda en la Comintern no se reflejaba simplemente en las ideas de unos pocos intelectuales idealistas perdidos en abstracciones y separados de la lucha de clases, sino también dentro de las propias bases. Había una fuerte desconfianza hacia los socialdemócratas y la burocracia sindical entre las bases, y con razón. Aunque las bases de ambos partidos también mostraron su voluntad de unirse desde abajo, esta desconfianza duraría hasta el ascenso de Hitler, aunque las bases de ambos partidos también mostraron su voluntad de unirse desde abajo. Sin embargo, mientras el SPD mantuviera la hegemonía sobre el movimiento obrero alemán, el KPD no podría tomar el poder, salvo mediante un golpe de estado.
En respuesta al relativo aislamiento en el movimiento obrero más amplio y ante el dominio de la socialdemocracia incluso después de la guerra, los teóricos de la Comintern, como Bela Kun, idearon la «teoría de la ofensiva», en la que la «minoría militante» comunista intentaría incitar el conflicto militante con el Estado, con el objetivo de sacudir a los trabajadores reformistas de sus botas mencheviques y llevarlos a la acción militante contra el propio Estado junto a la vanguardia comunista. El objetivo era, como dijo Mao, ser la chispa que encendiera el fuego de la pradera, para empujar a la clase obrera a la acción pensada en la vanguardia militante. Esta estrategia se manifestó en la Acción de Marzo del KPD, que fracasó estrepitosamente y no hizo más que dividir aún más al movimiento obrero. El esfuerzo del KPD por «pasar a la ofensiva» no vio a los trabajadores socialdemócratas unirse a los trabajadores comunistas en contra de los deseos de sus líderes, sino que vio a los trabajadores del KPD y del SPD luchando entre sí en las calles y un desencadenamiento de la represión estatal cuando ya estaba bajo la constante amenaza de las milicias de derecha. Sobre la base de esta experiencia, la idea de una minoría o vanguardia que actuara de forma decisiva para empujar a las masas a una acción más radical se mostró como una estrategia ineficaz. No había ningún atajo para ganar una mayoría revolucionaria. La Acción de Marzo sería un fracaso asombroso: cientos de comunistas asesinados, unos 6.000 detenidos y 4.000 condenados, entre ellos dirigentes clave del partido como Heinrich Brandler. Los miembros del partido se redujeron esencialmente a la mitad, con cientos de miles de trabajadores que se marcharon, reduciendo las filas del partido de aproximadamente 400.000 a 180.000.8
Aunque no estaba claro para todos los comunistas, el fracaso de la Acción de Marzo, fue una señal de que la Comintern tenía que desarrollar una estrategia unificada para ganar el apoyo de las masas obreras. La solución a la que llegó la Comintern fue el Frente Único, que fue sugerido oficialmente por primera vez por la dirección del partido en la Carta Abierta de Paul Levi y Karl Radek. La estrategia del frente único exigía la unidad de todo el movimiento obrero (incluidos todos los sindicatos y los socialdemócratas) en las campañas para exigir mayores salarios, alivio del desempleo, control de precios, expropiaciones de emergencia, el desarme de las milicias derechistas y el armamento de los trabajadores, y la libertad de los presos políticos. La carta también llamaba a las organizaciones implicadas a no «ocultar los desacuerdos que nos dividen» y a «limitarse a servir de labios a las bases de acción propuestas».9 Esto significaba la unidad en las campañas por estas reformas, no significaba que los partidos renunciaran al derecho a criticarse mutuamente y perdieran su independencia política. Esta carta se publicó en la prensa del partido del KPD aproximadamente dos meses antes de la fracasada Acción de Marzo, y con su desastre que llevó a la implosión del partido, el frente unido parecía ahora representar claramente un enfoque estratégico superior. En el IV Congreso de la Comintern, la necesidad de ganar una mayoría obrera a través de la táctica del frente único fue reconocida oficialmente por el Comité Ejecutivo de la Comintern (cuya autoridad era vinculante para todos los partidos miembros)10.
La política del Frente Unido era un llamamiento a la unidad de las organizaciones obreras para luchas específicas, manteniendo cada organización su independencia y el derecho a criticarse mutuamente. La política de frente único fue aplicada por los distintos partidos comunistas de forma diferente, ya que fue recibida con gran escepticismo por aquellos que se vieron obligados a adoptarla. Algunos comunistas, como el principal teórico del PCI, Amadeo Bordiga, sostenían que el frente único debía aplicarse «desde abajo», es decir, sin ningún acuerdo oficial con los líderes de los partidos reformistas. Esto se contraponía a un frente unido «desde arriba», que implicaba establecer acuerdos y alianzas a nivel político en lugar de limitarse a unirse a través de las líneas de partido en las luchas económicas. Este deseo de establecer una distinción para evitar llegar a acuerdos con la dirección de los reformistas reflejaba una expresión real de hostilidad hacia la unión con los partidos socialdemócratas por parte de las bases del partido. Sin embargo, esta tendencia en las bases no era universal, ya que los trabajadores ya habían empezado a unirse por su cuenta a través de la afiliación partidista antes de que se impusiera formalmente la política de frente único. En última instancia, la distinción entre frentes unidos desde abajo o desde arriba no era útil; incluso si la dirección rechazaba la cooperación, esto sería simplemente una prueba más de que los comunistas tenían los intereses de los trabajadores en el corazón de la lucha de clases concreta. No era lo mismo pactar con los dirigentes reformistas para una acción conjunta que hacer una coalición política con un partido capitalista para obtener ganancias electorales fáciles sacrificando la propia política.
También es importante distinguir el Frente Unido de la política del Frente Popular, que no es una alianza común de organizaciones obreras, sino una alianza con el Estado burgués para restaurar el orden constitucional. La política del Frente Popular es un llamamiento explícito a la unidad nacional con la burguesía por una causa que supuestamente tiene más importancia que la lucha de clases. Esta política significa un sacrificio de la independencia de clase, mientras que la política del Frente Unido pretende permitir la acción común preservando la independencia de clase. El Frente Unido pretendía dar a los comunistas la oportunidad de impulsar la lucha de clases contra los límites aceptables de los reformistas, mientras que el Frente Popular era un retroceso hacia los límites del reformismo.
Un ejemplo de la puesta a prueba de la política del Frente Unido lo encontramos en la gran huelga de ferrocarriles en Alemania en febrero de 1922. La huelga fue desencadenada por los recortes y despidos de trabajadores que estaban en la nómina del Estado, sin que el SPD se opusiera a ella a pesar de las protestas del sindicato conservador de los ferroviarios. Cuando se inició la huelga, los ministros del SPD en el gobierno la prohibieron y amenazaron con medidas disciplinarias. En respuesta, el KPD apoyó las reivindicaciones de los huelguistas y llamó a los dirigentes del Sindicato Ferroviario, la Confederación Sindical, la UPSD y el SPD a unirse en defensa de las necesidades económicas de los trabajadores y de su derecho a la huelga. Aunque la dirección del SPD se negó a cooperar, a nivel local, los trabajadores del SPD y los comunistas pudieron cooperar. Aunque el principal impulsor de la huelga fue el KPD, la huelga acabó alcanzando a 800.000 trabajadores y se convirtió en la mayor huelga de transporte de la historia de Alemania. Gracias a sus intentos de unir a todos los trabajadores y apoyar a los huelguistas, el KPD pudo salir como un partido más poderoso y ganarse el apoyo de las masas. Zinóviev llegó a elogiar las acciones del KPD en la huelga ferroviaria alemana como un «ejemplo de libro de texto de la correcta aplicación de la táctica del Frente Unido»11.
A pesar de este éxito, la política del Frente Unido no fue impecable. Uno de sus elementos más cuestionables era el concepto de «gobierno obrero», en el que los comunistas formarían una casa a medio camino de la dictadura del proletariado mediante un gobierno de coalición con los socialdemócratas. La formación del «gobierno obrero» pretendía crear una crisis que acabara poniendo el poder exclusivamente en manos del Partido Comunista. Esto se basaba en el supuesto de que la dictadura del proletariado sólo podía funcionar con un gobierno de partido único, algo que se convirtió en la ortodoxia de la Comintern. Este concepto era también otro «atajo» para tomar el poder sin ganar el apoyo de las masas, y se basaba en los votos socialdemócratas para impulsar la posición de autoridad de los partidos. En 1923, el intento de poner en práctica la táctica del gobierno obrero en Sajonia terminó en un fracaso y condujo a una insurrección infructuosa que cerraría la esperanza de la revolución en Alemania durante los siguientes años. En última instancia, la esperanza de llegar al poder con la ayuda de un «gobierno obrero» era una quimera; el partido no tenía otra alternativa que ganar una mayoría relativa de la clase obrera y desplazar la hegemonía socialdemócrata sobre el movimiento obrero. Esta esperanza de que la espontaneidad llenara los vacíos dejados por la falta de liderazgo real sobre el movimiento de clase era la fuente de la distorsión de la «ultraizquierda» de la Comintern, pero también podía expresarse en un oportunismo inconsistente.
Independientemente de la defectuosa política de «gobierno obrero», el frente único fue una táctica globalmente efectiva que, cuando se utilizó, vio los mayores niveles de crecimiento en la Comintern.12 Se puede ver esto como una especie de toma de conciencia por parte de la Comintern de que su esperanza inicial de formar partidos de guerra civil contra una inminente desaparición del capitalismo era errónea. Los comunistas no tenían garantizado el apoyo de las masas debido a la necesidad histórica: tenían que luchar por el apoyo político de la clase obrera. Esta constatación entraba en contradicción con la lógica de la «teoría de la ofensiva», y seguiría chocando con ella a lo largo de la historia de la Comintern, sin que el predominio de uno u otro enfoque pudiera reducirse a una determinada periodización. Por ejemplo, fue después de la exitosa fusión con el ala izquierda del USPD en la Conferencia de Halle cuando el KPD emprendió la suicida Acción de Marzo. La incapacidad de unirse en torno a una estrategia sólida hizo que no se siguiera un enfoque de coherencia y paciencia.
El resto de la historia de la Comintern es una historia triste. En el “tercer periodo”, de 1928 a 1933, los partidos se alejaron completamente de su táctica de frente unido y adoptaron posiciones ultrasectarias. Esto se manifestó de forma infame en Alemania con la falta de voluntad del KPD de formar un frente unido junto al SPD contra Hitler, lo que condujo a uno de los mayores desastres de la historia cuando Hitler llegó al poder sin que la clase obrera emprendiera una lucha unida seria contra él. Este tonto «ultraizquierdismo» sería luego igualado por el derechismo igualmente insolvente del Frente Popular, donde los partidos de la Comintern decidieron renunciar a la lucha por el socialismo con la esperanza de que las potencias coloniales del mundo los respaldaran contra el fascismo debido a sus características «democráticas». Las potencias burguesas sólo se opusieron al fascismo en la medida en que éste amenazaba la estabilidad de sus propios imperios.
Se podría juzgar a partir de esta historia que la Segunda y la Tercera Internacional no fueron más que espectáculos con escasas cualidades redentoras, esencialmente la prueba de que el siglo XX fue la prueba de la imposibilidad del comunismo. Sería una tontería esperar que los primeros intentos de un Partido Comunista mundial tuvieran éxito, y a pesar de su fracaso final, fueron la expresión organizada de la clase obrera revolucionaria en su apogeo, con todos sus defectos y su heroísmo visible al mundo. Como comunistas, no tenemos más remedio que aprender de nuestra historia. Ignorar el movimiento comunista del siglo XX o simplemente distanciarnos semánticamente de las realidades no las hace desaparecer. Mientras que la Segunda Internacional cometió principalmente errores políticos de derechas, la Tercera Internacional cometió principalmente errores políticos de «ultraizquierda». A partir de esta observación, podemos llegar a una especie de centro, donde se puede aprender de lo positivo y lo negativo de ambas Internacionales. Esta posición general, de construir un partido de masas en torno a un programa para la revolución mediante la consolidación paciente de las fuerzas organizadas del proletariado, podría describirse como «marxismo centrista» o «el centro marxista». Aunque el término «centrismo» es utilizado a menudo por los trotskistas como un término de burla, lo utilizamos aquí en este sentido de una estrategia que significaría construir pacientemente las fuerzas del proletariado revolucionario en instituciones organizadas democráticamente, en lugar de tratar de construir una pequeña «vanguardia» o «minoría militante» que intervenga en un movimiento espontáneo o desencadene una revolución a través de la lucha armada. También implica un fuerte compromiso con el internacionalismo y la democracia, enfatizando que el marxismo está en continuidad con los principios democráticos y republicanos que se desarrollaron en las luchas contra la aristocracia, el monarquismo y el clericalismo. La flexibilidad en la táctica debe ir acompañada de una obligación fuerte con los principios. Se podría decir que la estrategia de centro es una especie de pragmatismo para los medios de la revolución más que para la reforma.
Más allá del «leninismo«
¿Qué significaría para un partido aceptar las lecciones positivas y negativas tanto de la Segunda como de la Tercera Internacional? Para empezar, significaría descartar cualquiera de ellas como modelos a copiar que podemos identificar como portadores de algún «hilo rojo» invariable. Ambos fracasaron, la Segunda Internacional se convirtió en un aliado del orden capitalista y la Tercera Internacional saltó a la locura ultraizquierdista del Tercer Periodo, al Frente Popular oportunista y finalmente a su disolución completa por Stalin. Hoy, gran parte de lo que se autodenomina «izquierda revolucionaria» quiere revivir esencialmente los partidos al estilo de la Comintern, aunque quizá sólo a escala nacional. Este intento de resurgimiento, típicamente denominado leninismo o bolchevismo, se intentó por última vez en Estados Unidos con el Nuevo Movimiento Comunista, que tiene poco que ver con la historia real del bolchevismo antes de la Comintern. Estos puntos de vista y los restos de esta ola de formación de partidos leninistas han llegado a representar lo que se considera la corriente principal del leninismo en Estados Unidos. Sus resultados nos dan los microsectos que tenemos hoy; el Partido Mundial de los Trabajadores (WWP), el Partido para el Socialismo y la Liberación (PSL), la Organización Socialista del Camino de la Libertad-Lucha (FRSO-FB), así como innumerables grupos trotskistas que son todos de diversa calidad en la política. En esta sección en particular, cuando me refiero a los leninistas no me refiero al «leninismo de Lenin» que admiro mucho, sino al «movimiento leninista» de intentos de formar partidos de vanguardia al modo de la Comintern. Lo que diferencia a este modo de leninismo del marxismo ortodoxo es su adopción del partido-estado único y monolítico como modelo para la dictadura del proletariado, la creencia en un «partido de nuevo tipo» que trasciende al partido de masas a través del elitismo selectivo, la centralización en torno a una línea teórica específica y una cadena de mando militarista que no es realmente ‘democrática’ o ‘centralista’, sino más bien burocrática y autocrática.
Los leninistas sostienen que la innovación clave de su «partido de nuevo tipo» fue el centralismo democrático. El centralismo democrático, definido de forma más sencilla, es la fórmula difícilmente desagradable de la deliberación democrática combinada con la unidad en la acción. Según esta definición, el centralismo democrático también fue practicado por la Segunda Internacional. Toda toma de decisiones democrática requiere centralismo porque la voluntad de la mayoría debe imponerse a la minoría. El SPD, por ejemplo, votaba en bloque en el parlamento y tenía el centralismo impuesto en el partido, no era internamente una organización federalista (como otros partidos de la Segunda Internacional) a pesar de los deseos de su derecha.14 En otras palabras, los partidos de la Comintern enfatizaban el centralismo por encima de la democracia o a menudo simplemente ignoraban las normas democráticas por completo. Si bien esto no estuvo ausente en la Segunda Internacional, la Tercera nació como una especie de organización de guerra civil militarizada, más que como un partido político en el sentido de una asociación de trabajadores de masas, tal y como la concibió Marx. Si bien esto pudo haber estado justificado en una época en la que una verdadera guerra civil mundial contra el capitalismo estaba sobre la mesa, no es el caso ahora -no estamos viviendo en la misma era de «Guerras y Revoluciones» que los líderes de la Comintern. Cuando los leninistas modernos afirman que el secreto del camino de sus partidos hacia el éxito es el ‘centralismo democrático’, tiende a significar un grupo excesivamente burocratizado que impone fuertes cargas de trabajo a los miembros individuales para hacerlos más ‘disciplinados’, y una falta de democracia real en favor de una estructura de partido más militarizada. Las facciones están prohibidas, el centralismo ideológico (en lugar del centralismo programático) se impone desde arriba, y los grupos pretenden construir un cuadro de «élite» que siga las luchas de masas existentes, con la esperanza de aprovecharlas para reclutar miembros. El modelo de la Comintern es simplemente una receta para el fracaso en las condiciones actuales, una guía más para construir otra secta que compita por la última hornada de reclutas. La forma en que esto funciona en la práctica queda ejemplificada por el estado del leninismo contemporáneo realmente existente en los EE.UU.
Tomemos el PSL, el FRSO-FB y la ISO (Organización de Socialismo Internacional) como estudios de caso. Además de los planes para apoderarse de la burocracia sindical, estas organizaciones esencialmente forman grupos de fachada que ocultan la afiliación a cualquier tipo de objetivos comunistas y tienen como objetivo movilizar a los estudiantes en torno a los últimos temas liberales de justicia social y trabajar en alianza con las ONG para organizar mítines de valor principalmente simbólico. A través de estas actividades, el cuadro (o grupo interno) de la organización leninista espera reclutar a partes de la comunidad de activistas liberales para hacer crecer su base de apoyo y conseguir más influencia en estos movimientos sociales. Las propias organizaciones proclaman el centralismo democrático, pero en realidad no se permite el debate público sobre las posiciones del partido entre los congresos. En los congresos, el debate tiene lugar lo menos posible y suele estar dirigido por un comité central no elegido que se compone de funcionarios de carrera a tiempo completo. Al utilizar sus tácticas de «minoría militante» para actuar como la «chispa que enciende el fuego de la pradera» en las luchas populares, los leninistas modernos (con algunas excepciones, por supuesto) tienden a hacer cola en estas luchas en lugar de luchar por un enfoque con conciencia de clase en cuestiones de derechos civiles y democráticos. Una táctica que se utiliza a menudo es repartir el mayor número posible de sus carteles para parecer más numerosos, cuando en realidad se trata a menudo de teatro callejero de protesta respaldado por ONGs conectadas con los demócratas que simplemente utilizan a los izquierdistas como idiotas útiles para las «acciones directas» contra los republicanos. Normalmente, la razón de ser de este activismo es concienciar a los liberales. En teoría, al «subirse a la ola» del activismo espontáneo, el grupo minoritario militante acumulará suficiente influencia para lanzar una insurrección. Esta es una esperanza ilusoria. Lleva a una implicación crónica en el activismo que consume tiempo y energía, pero no construye instituciones de la clase trabajadora que puedan ofrecer realmente ganancias concretas para los trabajadores a través de la acción colectiva. Se podría describir esta estrategia general de seguimiento de los movimientos sociales como «movimientismo».
La crítica del movimientismo se ha desarrollado en los círculos leninistas, específicamente por los maoístas en torno al teórico J. Moufawad-Paul. Él ha escrito que el movimientismo es el «articulación ideológica de la forma por defecto del oportunismo en el centro capitalista» y un producto del anticomunismo internalizado.17 El partido debe ser una escuela de política en la que los trabajadores sean entrenados para no seguir órdenes, sino para tomar la política en sus propias manos y constituir su clase como una que lucha por la liberación de toda la humanidad. La «independencia de clase» no debe interpretarse en un sentido estrechamente economicista en el que la clase obrera luche estrictamente por cosas que sólo beneficien a los trabajadores. Más bien, la clase obrera debe plantearse como la fuerza más combativa e intransigente en estas luchas democráticas, llevándolas a dar una perspectiva lo más comunista posible.
El propio partido obrero debe ser una prefiguración de la república obrera, en el sentido de su gobierno interno. Esto significa que debe practicar una forma de democracia distinta y más allá de la democracia del liberalismo. Esto significa experimentar, investigar nuevas formas de toma de decisiones colectivas y ver lo que funciona. El partido debería estar organizado económicamente (como todos los partidos son empresas) sobre una base cooperativa, sin salarios que permitan el arribismo. El Comité Central debe ser elegido directamente por la militancia y revocable. El debate abierto y la tolerancia de las facciones, en lugar de la imposición de un monolitismo ideológico, son claves si el partido quiere demostrar a la clase que el comunismo, y no el capitalismo, es la sociedad verdaderamente libre.
El partido es un partido obrero porque se organiza en los distritos de la clase trabajadora, hace campaña electoral principalmente en estos distritos y construye organizaciones de la clase trabajadora de todo tipo, como sindicatos de inquilinos y grupos de ayuda mutua, en estas comunidades. El partido debe presentarse como una alternativa completa a los partidos burgueses existentes, pero igual de seria. La mayoría del proletariado ni siquiera vota, como señaló el blog Cold and Dark Stars, lo que significa que un partido de la clase obrera tendría que aprovechar las decepciones de la masa de la población con la política existente, ofreciendo al mismo tiempo una política alternativa convincente que hable de su sentido más profundo de la solidaridad humana para construir una cultura de lucha de clases. Se necesita una forma de «electoralismo insurgente» que no se limite a capturar gradualmente la maquinaria estatal capitalista preexistente para el proletariado, sino que utilice la campaña electoral como una herramienta de propaganda implacable contra los partidos burgueses, para ayudar a deslegitimar el Estado burgués y legitimar la política comunista. No ganaremos simplemente actuando como políticos profesionales y complaciendo al centro, sino siendo el voto más peligroso en las elecciones.
Sin embargo, un partido obrero es más que un partido electoral, y si va a tener éxito como partido electoral necesita una base para movilizarse en primer lugar. Necesita cuadros bien formados y programas de educación para todos los miembros, y necesita distribuir estas habilidades y conocimientos entre los miembros tanto como sea posible. Al aprender a dirigir sindicatos alternativos, sociedades de ayuda mutua y campañas electorales, aprendemos las habilidades necesarias para dirigir la sociedad sobre nuevas bases políticas. El partido se convierte en un estado más pequeño dentro y fuera del estado que crece a lo largo de la lucha prolongada para convertirse en la fuerza hegemónica de la sociedad y se erige como un centro de autoridad alternativo al estado burgués existente cuando surge la crisis.
Convertirse en un «Estado dentro del Estado» significaría también formar lo que los historiadores del SPD de la época de la Segunda Internacional suelen llamar una «cultura alternativa».18 Esto incluiría cosas que van desde equipos deportivos gestionados por el partido hasta clínicas gratuitas, pasando por programas de desayuno o clubes de senderismo. El objetivo de estas «culturas alternativas» no es sólo atraer a estratos más amplios de la clase obrera, sino también desarrollar nuevas formas de socialización contrarias al capitalismo y satisfacer las necesidades de los trabajadores que el Estado capitalista ignora. Una cosa que los anarquistas modernos aciertan es la necesidad de crear esa cultura alternativa dentro del capitalismo. Sin embargo, debido en gran medida a las limitaciones ideológicas autoimpuestas, las subculturas anarquistas no tienen la orientación de la clase obrera, el nivel de centralización, la institucionalización y el acceso a los recursos (así como las barreras culturales) para hacer realmente una cultura alternativa que sea atractiva, y en su lugar, crear una alternativa de «bricolaje» a las organizaciones benéficas. Un partido obrero aportaría un nivel de profesionalización y disciplina a dichas actividades, además de incorporarlas a un proyecto político más amplio con responsabilidad democrática ante un movimiento de masas, superando los límites de la «contracultura» actual de la izquierda.
Tampoco debemos olvidar jamás la importancia de la escuela del partido, que es uno de los aspectos clave del partido. La escuela del partido debe tener como objetivo no sólo educar a sus miembros en el marxismo, sino también en habilidades relacionadas con la organización, las finanzas, la ciencia, la tecnología y la logística. Las instituciones educativas del partido trabajan no sólo para elevar la conciencia de clase de la propia clase en la historia, sino también sus habilidades para luchar contra el capitalismo y construir un orden alternativo. Lo más importante es que las escuelas del partido no deben ser simplemente correas de transmisión de la ideología de un determinado líder, sino que deben promover el libre pensamiento y el debate. El marxismo debe ser tratado como un sistema abierto, un programa de investigación progresiva en el sentido lakatosiano que se desarrolla a través de la investigación crítica. El partido debe, por tanto, tener una cultura intelectual de debate abierto y deliberación colectiva, reflejada en sus propias instituciones. A través de las instituciones educativas del partido, los trabajadores deben desarrollar un sistema superior a la educación burguesa para crear individuos bien formados, creando un modelo que demuestre las potencialidades de la alternativa comunista.
En cuanto a la cuestión de los sindicatos, un partido debe aspirar a ganar la dirección del movimiento sindical en general en la medida de lo posible. Sin embargo, ganar el liderazgo es un medio para lograr un fin y debe esforzarse por empujar el movimiento sindical hacia sindicatos industriales que rompan con las divisiones de oficio y habilidad. La formación de un sindicato unido para todos los trabajadores, tanto cualificados como no cualificados, debería ser el objetivo general del partido. Esto es, por supuesto, un ideal elevado a alcanzar, algo difícilmente imaginable hasta después de la consolidación de un estado obrero. Sin embargo, los comunistas del movimiento sindical no deberían limitarse a pedir una acción directa más combativa de los grupos de base, sino esforzarse por ganar las elecciones sindicales y establecer relaciones con otros sindicatos. En lugar de tratar de formar un estrato dentro de los sindicatos que simplemente esté dispuesto a empujar las acciones de huelga en direcciones más militantes, el objetivo debería ser que el partido haga campaña por las reformas democráticas en el sindicato y hacer de ellos escuelas de socialismo, ganándoles finalmente para que apoyen el socialismo como un objetivo a largo plazo. No basta con formar grupos para la lucha militante; los trabajadores pueden participar en huelgas militantes pero seguir manteniendo opiniones reaccionarias. Los comunistas deben tomar un papel activo en la educación, participando en la política sindical y manteniendo posiciones firmes contra la asociación de la burocracia sindical con el Partido Demócrata, el apoliticismo y el oportunismo general.
Algunos han argumentado que el sindicalismo industrial es imposible en Los Estados Unidos debido a la legislación laboral. Esto se basa en dos supuestos: que la ley laboral no puede ser desafiada por la acción electoral o la simple transgresión masiva de la ley. También es posible que los sindicatos existentes en Estados Unidos, en gran parte, sean demasiado conservadores para reformarse. Sin embargo, la mayoría de los proletarios estadounidenses no están sindicados, lo que ofrece una gran reserva de reclutas potenciales para un nuevo movimiento sindical que escape a la camisa de fuerza de los sindicatos oficiales. En un periodo en el que las viejas instituciones se encuentran con sus limitaciones y las nuevas luchan por encontrar un lugar en el terreno del capitalismo moderno, es difícil decir cómo serán exactamente las organizaciones defensivas generales de la clase obrera. La necesidad de tales organizaciones es eterna en el capitalismo, y las constantes dislocaciones causadas en la clase obrera por la brutalidad de la competencia del mercado en algún momento hacen que la organización defensiva de la clase sea una necesidad.
Lo que el partido debe evitar en los sindicatos es el arribismo burocrático. Los representantes sindicales del partido de los trabajadores tienen que estar sujetos al partido y no a sus propios intereses profesionales, lo que crea un fenómeno que mueve la política del partido hacia la derecha. Esto significa que el enfoque del trabajo en los sindicatos tiene que ser una forma de construcción de la base, así como la educación entre las bases, en lugar de utilizar maquinaciones oportunistas para escalar las filas del sindicato.
Desde las sectas hacia los partidos y al poder del Estado
Cómo podemos construir un partido así no es una cuestión fácil. Empezar a responderla seriamente requeriría un análisis de la dinámica de las diversas sectas de la izquierda, y pensar en una forma de trascender la dinámica del sistema de sectas mientras se avanza hacia una mayor unidad programática. Muchos sostienen que la mejor opción ahora mismo es trabajar en el DSA; otros en la red del Centro Marxista, y otros en la IWW. Lo que está claro es que los comunistas serios necesitan empezar a trabajar hacia algún tipo de unidad programática que podría ser la base de un nuevo partido. Potencialmente, también podríamos extraer lecciones de la táctica del «frente unido» de la Comintern sobre cómo unir y consolidar nuestras fuerzas a pesar de la división de la izquierda. La unidad en la acción común puede ayudar a los comunistas a superar divisiones inútiles y a encontrar su unidad programática más amplia.
El camino hacia la construcción de ese partido no será sencillo y requerirá luchas ideológicas y políticas. Es importante que estos debates se den de buena fe y públicamente en la prensa de las organizaciones revolucionarias, sin antiintelectualismo ni oscurantismo. Habrá que hacer concesiones en cuestiones tácticas. Habrá que dejar de lado las viejas luchas históricas. El dogmatismo, la fe en sostener el único y verdadero hilo rojo de la tradición comunista, o creer en la única interpretación correcta de la «ciencia inmortal» (y, por tanto, en la autoridad ilimitada que otorga), deberán ser combatidos con un debate y una investigación abiertos. Habrá que tolerar las facciones; la gente tendrá que tolerar la pérdida de votos sin dividirse en respuesta. Se trazarán líneas claras de demarcación ideológica y crecerán tendencias políticas que reflejen la diversidad del proletariado en todas sus formas. La estrategia general de construcción de bases puede verse como una especie de «pan de cada día» de la organización de partidos. La tarea general de construir instituciones con una base proletaria fuera del Estado y capaces de ejercer el poder de clase es clave, y deben crearse instituciones que puedan existir tanto dentro como fuera de un partido político. La construcción del poder no puede hacerse dentro del Estado burgués. Más bien, un partido obrero debe construir el poder construyendo primero su propia base independiente, no simplemente «conquistando» la base de otro partido. Los éxitos electorales no son tanto una fuente de poder como una mera medida y consolidación del poder existente.
Un partido obrero digno del nombre comunista debe estar estrechamente vinculado a la lucha de clases. No va a surgir espontáneamente de los sindicatos y otras organizaciones defensivas, sino que empezará a través de la consolidación de los comunistas, que luego tomarán un papel activo en la organización de dichas instituciones. Un partido comunista no debe limitarse a «intervenir» en las huelgas después de que éstas estallen, sino que debe ser una expresión organizativa del poder de clase que contribuya a aumentar el número de huelgas y el conflicto de clase. Debe aspirar a ganar la dirección de las instituciones defensivas propias de la clase obrera de forma democrática, no mediante maquinaciones burocráticas. Los comunistas deben demostrar que su partido es diferente, no sólo en el nombre de los partidos burgueses, sino en la práctica, luchando como vanguardia en la lucha de clases, no sólo por los objetivos económicos sino también en la lucha por la democracia. Un ejemplo histórico de cómo sería esto es la forma en que el CPUSA estuvo a la vanguardia de la lucha por los derechos democráticos de los negros. Demostrando que son la vanguardia en esas luchas contra todas las formas de tiranía capitalista, los comunistas pueden ganar el apoyo del proletariado en general al dar expresión y clarificar sus intereses de clase. Los comunistas llevan al resto del proletariado la «buena noticia» de que, colectivamente, pueden transformar el mundo para eliminar toda explotación y opresión. Pero para convencerlos se necesita una visión, el propósito de un programa es, en parte, ayudar al público a visualizar el tipo de cambios por los que lucha el partido.
Un partido comunista que construye el apoyo de las masas socializa a la humanidad de una manera nueva y prepara la solidaridad de clase y humana que será la base del comunismo. Al representar un mundo potencial mejor en su forma organizativa, da vida a las esperanzas de un mundo mejor que, de otro modo, son reprimidas por la sociedad capitalista. El ascenso de un partido de este tipo sólo es compatible con el orden capitalista hasta cierto punto; con el tiempo, el capitalismo entrará en crisis y el partido tendrá suficiente poder para lanzar una revolución social si continúa con un ritmo de crecimiento secular (lo que significa un crecimiento continuo a largo plazo durante un periodo de tiempo). Esto fue asumido por el teórico del SPD Karl Kautsky, que veía el crecimiento del éxito del partido como algo inevitable debido al crecimiento del proletariado. Pero la historia demostró ser más astuta que esta situación, en principio creíble, ya que el desarrollo del movimiento socialista se bifurcó en diferentes corrientes competidoras, mientras que el propio movimiento obrero nunca siguió una simple tendencia secular de crecimiento constante. Las esperanzas de Kautsky y de muchos de sus primeros seguidores resultaron ser demasiado ideales para la complejidad de la política real. A medida que el partido se desarrolla y consolida sus posiciones, a veces perderá o ganará miembros y apoyos, al tiempo que adoptará las necesarias posiciones de principio en los asuntos. Lo que importa es que el partido esté a la altura de su independencia de clase en los hechos y no sólo en las palabras, y que no vacile para acomodarse a los intereses de las clases propietarias con el fin de ganar apoyos.
¿Cómo podría un partido de este tipo conquistar el poder del Estado? ¿Podría hacerlo pacíficamente a través de las elecciones? Incluso si el partido ganara la mayoría en unas elecciones y llegara al poder por sí mismo, si empezara a aplicar realmente un programa revolucionario para desechar el viejo orden constitucional, disolver el ejército y armar al pueblo, con toda probabilidad la burguesía reaccionaría a la transgresión de su poder de clase y su propiedad con un golpe de estado o una revuelta armada. En este caso, la única opción es defender la revolución a través de la clase obrera armada o ceder a los militares burgueses. Es por esta realidad política que no se puede prometer una «vía democrática al socialismo» sin que estalle un conflicto civil violento. La improbabilidad de que el cambio social radical se produzca de forma pacífica y sin conflictos civiles, al menos en Estados Unidos, está bien articulada por el socialista revolucionario estadounidense Albert Parsons:
No creo que el capital permita tranquila o pacíficamente la emancipación económica de sus esclavos asalariados. Va en contra de todas las enseñanzas de la historia y de la naturaleza humana que los hombres cedan voluntariamente un poder usurpado o arbitrario. Por esta razón, los capitalistas del mundo obligarán a los trabajadores a una revolución armada. Los socialistas señalan este hecho y advierten a los trabajadores que se preparen para lo inevitable.19
Al final, no tendremos más remedio que «aplastar» el aparato represivo del Estado burgués, lo que significa en la práctica la disolución de la policía y el ejército, armando al proletariado, y poniendo el poder en manos de la clase obrera mediante la construcción de una nueva forma de representación adecuada para el gobierno de los trabajadores. El hecho de que el partido tenga o no un mandato para formar una república obrera no debería decidirse basándose únicamente en tener una mayoría adecuada en la propia legislatura. Lo que importa es construir suficiente apoyo de masas y legitimidad para que, cuando se exprese con más fuerza una crisis de legitimidad política, el Partido Comunista represente el polo de poder alternativo con legitimidad de la mayoría de los proletarios políticamente movilizados.
Por mucho apoyo que tenga el Partido Comunista, la transición al socialismo sólo puede producirse si se produce alguna ruptura entre la antigua clase dominante y el nuevo proletariado que consolida el poder contra el régimen que se derrumba, es decir, una revolución. En este caso, la revolución se define simplemente como un cambio en la clase que gobierna el Estado. Tal cambio requerirá una ruptura radical con las formas anteriores de estado y gobierno, pasando el poder político a manos de las masas. Dado que tal ruptura no será probablemente tolerada por las clases decadentes, es probable que incite alguna forma de lucha armada. Es precisamente el cambio de poder de una clase a otra lo que define una revolución social. La esperanza de una «vía democrática al socialismo» sin rupturas no es más que una vía de modernización del Estado del bienestar. A menos que se produzca un cambio en la clase que gobierna -en quién gobernará a quién- la burguesía nunca tolerará una transición al socialismo mediante políticos astutos que pasen por delante de sus narices «reformas evolutivas» o «no reformistas». Una revolución sólo será posible una vez que las masas se hayan convencido de que no hay otros medios posibles para resolver la crisis actual, y de que el único camino hacia un cambio deseable en la sociedad es la revolución social. La dificultad de esto no niega la realidad histórica de la contrarrevolución burguesa. La esperanza de que se pueda evitar una ruptura revolucionaria en favor de un «socialismo evolutivo», favorable entre los teóricos influyentes en el DSA actual, es tan delirante como una transición apocalíptica inmediata al comunismo.20
Veamos un ejemplo histórico clásico. La abolición de la esclavitud en Estados Unidos se intentó llevar a cabo mediante una legislación gradual cuando el Partido Republicano de Lincoln ganó las elecciones con la plataforma de no ampliar los estados esclavistas. Esto provocó que los estados esclavistas formaran una confederación y se separaran, lo que condujo a una guerra que comenzó para reunificar la nación pero que se transformó en una guerra revolucionaria para acabar con la esclavitud mediante la ocupación militar del sur. A Karl Marx le fascinó la Guerra Civil estadounidense por sus implicaciones políticas y estratégicas. Es probable que este acontecimiento influyera en sus opiniones sobre cómo se produciría la revolución. Esencialmente, un partido revolucionario agotaría todos los medios posibles hasta que, o bien la insurrección es el único camino a seguir, o bien la burguesía sigue simplemente lanzando una «revuelta de los esclavistas» y forzando una guerra civil que en sí misma pondrá en cuestión la existencia del régimen burgués. Se puede considerar la Revolución de Octubre de forma similar; los bolcheviques y sus socios de la coalición obtuvieron una victoria política en los Soviets y la utilizaron como mandato democrático para derrocar al gobierno provisional y formar una República Soviética. El curso de los acontecimientos, en los que la burguesía se sublevó respaldada por el imperialismo a través del Ejército Blanco, obligó a los bolcheviques a consolidar políticamente su régimen mediante la guerra civil. Lo hicieron mediante la movilización del campesinado a través del Ejército Rojo hasta 1922, dejando finalmente la dura época del comunismo de guerra hacia la más estable Nueva Política Económica.
Es una tontería decir a las masas que un camino pacífico hacia una república obrera, esencialmente un cambio de gobierno de clase, es algo que se puede prometer. Incluso si fuera posible y el gobierno fuera capaz de aplicar un programa mínimo sin provocar una guerra civil, seguiría requiriendo movilizaciones cívicas masivas para combatir el sabotaje de la burguesía que acompañaría a una sacudida de las relaciones de propiedad. Los que esperan una «vía democrática al socialismo» no desean un nuevo estado revolucionario respaldado por las masas. Tratan al Estado liberal como un lugar neutral de conflicto de clases que el proletariado puede transformar para sus propios fines con el tiempo, lo suficientemente lento como para evitar un período de conflicto social en el que se produzca una ruptura de la naturaleza de clase del Estado. Esta idea supone que podemos colar una revolución a la burguesía e ignora los problemas como la fuga de capitales que estrellan los intentos de reformas socialdemócratas. Esto no se puede combatir simplemente con una esperanza en la presión de la «acción de masas en las calles». E ignora que la clase capitalista recurrirá alegremente a la ruptura de las normas democráticas frente a un gobierno que amenace seriamente el régimen de la propiedad si es necesario, incluso si los socialistas tienen un mandato democrático. En Chile se intentó una vía electoral al socialismo a través del gobierno de la Unidad Popular que pretendía evitar la ruptura con el estado burgués y la posibilidad de una Guerra Civil. En lugar de armar a la clase obrera y disolver el poder del Estado, el gobierno de Allende mantuvo a los militares en su lugar y esperó su apoyo. Esto llevó a los trabajadores a estar indefensos ante la contrarrevolución de Pinochet contra el gobierno de la Unidad Popular que instauró una dictadura militar que tuvo consecuencias devastadoras.
Estaría fuera de los límites de este artículo especular en detalle cómo se producirá una futura revolución comunista, cuál cadena de acontecimientos históricos conducirá a ella, cómo se desarrollará una guerra civil contra la reacción y cómo esa sociedad hará la transición al comunismo. No cabe duda de que habrá continuidades con las revoluciones anteriores, pero la revolución comunista también se parecerá a ninguna revolución que haya ocurrido jamás. No debe aspirar a ganar una sola nación para el comunismo, sino todo un continente para establecer una «cabeza de playa» para la revolución mundial más grande (América Latina sería un ejemplo). Al mismo tiempo que se da cabida a la creatividad de las masas, hay que contar con planes e instituciones que se dediquen a hacer que las cuestiones de la gobernanza revolucionaria dejen de ser fantasías abstractas y se conviertan en cuestiones concretas de las que hay que ocuparse. Este es, en última instancia, el objetivo del partido. Debe organizar al proletariado con más eficacia que la burguesía, actuando como una institución que no sólo puede formar planes contrarios al gobierno de la burguesía, sino que tiene los medios para promulgar estos planes. Sin embargo, la pregunta sigue siendo: ¿cuál es el papel del partido después de la revolución social?
El objetivo del partido, organizado en torno a un programa mínimo con el objetivo de establecer una república obrera, debe utilizar algún tipo de mandato político para movilizar al proletariado para aplastar el estado burgués y formar el suyo propio. El partido desempeñará un papel clave en la dirección de la revolución inicial, proporcionará la coordinación necesaria entre todas las facciones del proletariado y actuará como una soberanía alternativa que sustituya al estado capitalista. A medida que el partido establezca esta nueva soberanía, su objetivo debe ser disolverse en diferentes facciones dentro de los órganos representativos de la república obrera libremente votados y revocables por toda la ciudadanía. Los órganos legislativos y ejecutivos deben fusionarse, convirtiéndose el gobierno en un «órgano de trabajo» de delegados. Este proceso marca el inicio del marchitamiento del Estado, pero no significa que deje de existir un Estado unitario, centralizado y represivo (de los intereses de la clase capitalista). Un sistema representativo debe estar compuesto por consejos municipales y un consejo comunal central que rindan cuentas entre sí. El objetivo no debe ser la descentralización hacia la autonomía regional, con varios municipios con sus propias formas de gobierno o leyes, sino la coordinación y centralización de todos los organismos en torno a un plan común. El propósito del partido es asumir un papel en la dirección de la formación de ese gobierno y proporcionar el liderazgo para darle coherencia. No debe pretender establecer un Estado de partido único al estilo marxista-leninista, sino utilizar las formas de democracia radical que ha desarrollado en el proceso de construcción de un movimiento obrero. Este es el único camino posible para formar una república obrera verdaderamente construida sobre la base del poder de las masas proletarias y poner al mundo en el camino del comunismo.
De la república obrera al comunismo
Cómo será la transición de la república obrera al comunismo es una cuestión totalmente distinta, que requiere tanto una mirada a los intentos anteriores de socialismo como una peligrosa disposición a especular. Sólo podemos decir esto: en una república obrera temprana, el objetivo inmediato no será la nacionalización de toda la propiedad, ni siquiera su socialización o colectivización. El objetivo principal de la república obrera será colectivizar el poder político, poniéndolo en manos de la clase obrera. Para ello es fundamental el traspaso del poder armado real a las manos de las milicias obreras mediante la destrucción del antiguo ejército y la policía. Un elemento clave de cualquier estado, independientemente de la clase que esté al mando, es la fuerza, y esta fuerza está controlada por quienes controlan las armas que la respaldan. Lenin resume excelentemente los cambios necesarios para que esto ocurra:
El pueblo necesita una república para educar a las masas en los métodos de la democracia. Necesitamos no sólo la representación según las líneas democráticas, sino la construcción de toda la administración del Estado desde la base por las masas mismas, su participación efectiva en todos los pasos de la vida, su papel activo en la administración. La sustitución de los viejos órganos de opresión, la policía, la burocracia, el ejército permanente, por un armamento universal del pueblo, por una milicia realmente universal, es la única manera de garantizar al país un máximo de seguridad contra la restauración de la monarquía y de permitirle avanzar firme, sistemática y resueltamente hacia el socialismo, no «introduciéndolo» desde arriba, sino elevando a la gran masa de proletarios y semiproletarios al arte de la administración del Estado, al uso de todo el poder estatal.21
Otro objetivo del nuevo régimen proletario sería acabar con la existencia de la política como carrera. Esta exigencia suele tener eco en el llamamiento populista a «sacar el dinero de la política». Sin embargo, eliminar el dinero de la política no resuelve el problema de los burócratas que crean feudos de lealtad que protegen sus intereses personales de la responsabilidad pública. Este fenómeno no se debe a algún defecto de la naturaleza humana, donde «el poder lo corrompe todo», sino que los burócratas utilizan sus conocimientos especializados para tener el monopolio de la toma de decisiones y de la información con el fin de elevarse por encima de los demás en cuanto a estatus, desarrollando así intereses similares a los de los pequeños propietarios. Mientras los burócratas existan debido a la división social del trabajo, tendrán estas tendencias. Lo que importa es que la república obrera utilice normas democráticas para que los burócratas rindan cuentas (como la limitación de mandatos, el pago máximo, la supervisión pública, la posibilidad de destitución), así como programas para simplificar el proceso político y colectivizar sus habilidades para que las masas se apoderen de todos los aspectos de la vida política.
El objetivo principal del régimen obrero será esencialmente crear y consolidar una nueva forma de Estado, más que destruir inmediatamente el capitalismo. Evidentemente, se harán incursiones despóticas en la propiedad privada, con la toma de las posiciones claves y dominantes de la economía y el uso de la nacionalización para luchar contra el sabotaje económico. Los trabajadores tendrán que apoderarse de las industrias a medida que la burguesía huya, y el nuevo estado obrero no sancionará constitucionalmente los derechos de propiedad. Inicialmente, serán sobre todo las transformaciones políticas las que se produzcan, ya que las transformaciones económicas llevarán más tiempo debido a la necesidad de transformar las fuerzas y las relaciones de producción y de integrar la economía mundial. Este enfoque puede calificarse de gradualista, mientras que la toma del poder por el proletariado, por el contrario, realiza cambios políticos inmediatos. Una nacionalización inmediata de todos los medios de producción y el paso al racionamiento estatal en lugar de los mercados no abolirá realmente la producción de mercancías, sino que conducirá al florecimiento de los mercados negros. Los intentos voluntaristas de prohibir los mercados por decreto tienen una mala historia, siendo a menudo simplemente sustituidos por un racionamiento burocrático propenso a la corrupción. Bajo la economía inicial de una república de trabajadores, se puede imaginar un «sector de mercado» compuesto principalmente por pequeños productores, un sector «cooperativo» de pequeños productores que auto-socializan su propiedad, y un sector «socializado» o planificado. De hecho, muchos de los pasos iniciales no serán tanto negaciones directas del capitalismo como la racionalización de los monopolios estatales hacia una mayor eficiencia. La existencia de un sector de mercado, por pequeño que sea, es sin embargo un signo de la socialización incompleta de la economía; la cuestión no es si hay que abolir o no la producción de mercancías y tener una economía planificada, sino cómo.
Es importante entender que la nacionalización es en sí misma simplemente un medio para la socialización. Bajo una república obrera, una fábrica nacionalizada pasa a ser propiedad del Estado; sigue rigiéndose por un proceso laboral capitalista, en muchos casos con una división técnica del trabajo que crea intrínsecamente la necesidad de especialistas y jerarquía en la industria. Si bien una industria puede ser nacionalizada, esto significa que ha sido transformada sobre una base socialista o socializada. Las industrias clave, especialmente las que anteriormente tenían forma de monopolio, pueden nacionalizarse y transformarse más rápidamente en industrias socializadas que funcionen sobre una base planificada y controlada por los trabajadores, pero incluso entonces este proceso requiere una transformación de toda la división del trabajo que puede llevar años (dependiendo de la industria). Los pasos hacia la socialización, como la autogestión de los trabajadores, deben, por supuesto, perseguirse activamente e implementarse cuando sea posible. Como señala Lenin, la nacionalización es una mera confiscación de la propiedad, la socialización es una tarea mucho más difícil de llevar a cabo:
Ayer, la principal tarea del momento era, con la mayor determinación posible, nacionalizar, confiscar, golpear y aplastar a la burguesía, y acabar con el sabotaje. Hoy, sólo un ciego podría no ver que hemos nacionalizado, confiscado, golpeado y aplastado más de lo que hemos tenido tiempo de contar. La diferencia entre la socialización y la simple confiscación es que la confiscación puede llevarse a cabo sólo por «determinación», sin la capacidad de calcular y distribuir adecuadamente, mientras que la socialización no puede llevarse a cabo sin esta capacidad.22
Sencillamente, el deseo de nacionalizar todo inmediatamente después de la revolución para eliminar todos los restos del capitalismo sólo puede ser un deseo, la socialización de la industria no es algo que pueda lograrse apelando a la fuerza de voluntad interna de los trabajadores. Esto se debe a que va en contra de los límites de las condiciones materiales: la estabilidad del suministro de alimentos, la provisión de viviendas básicas, la dependencia de formas cualificadas de trabajo especializado y, como señala Lenin, la capacidad de «calcular y distribuir». Muchas nacionalizaciones iniciales pueden confiscar propiedades para convertirlas en fábricas de municiones para las necesidades de la guerra civil. Otras pueden ser para sustituir formas de industria arcaicas y ambientalmente destructivas. Sería un error nacionalizar todas las industrias inmediatamente y pretender poner todo en el camino de la socialización inmediata, especialmente porque los pequeños propietarios se resistirán recurriendo a los mercados negros y rechazando la integración en la producción socialista planificada en masa. Los pequeños propietarios tendrán que integrarse en el sector planificado de la economía, o acabarán quebrando cuando se enfrenten a la competencia del sector socialista.
La forma del Estado bajo una república obrera es la dictadura del proletariado, al igual que la forma del Estado en cualquier república burguesa es, al final, una dictadura de la burguesía. La frase «dictadura del proletariado» implica la existencia del proletariado, que a su vez implica la existencia del capital. Por lo tanto, sería un error decir que la dictadura del proletariado va más allá del capitalismo como modo de producción. Más bien, el proletariado se convierte en la clase más poderosa dentro del capitalismo: el capitalismo está en decadencia. En la dictadura del proletariado, éste ha ganado la lucha de clases para convertirse en la clase dirigente de la sociedad, habiendo derrotado al Estado burgués. Sin embargo, la lucha de clases continúa en nuevos terrenos, ahora principalmente contra la pequeña burguesía y la burocracia, que en su interior llevan intereses de clase para restaurar diversas formas de la sociedad de clases. El proletariado debe luchar contra estos elementos, no mediante violentas campañas de expulsión, sino transformando la base económica de la sociedad, trascendiendo el capitalismo y la propia sociedad de clases. Una parte clave de esto es romper la división mental/manual del trabajo que en el núcleo de la burocracia y colectivizar las habilidades que tienen los especialistas a través de campañas de masas que combinen la educación y el trabajo. Como el proletariado tiene el poder del Estado, puede utilizar el poder de la administración centralizada para asumir esa tarea. La lucha de clases adquiere una forma diferente, convirtiéndose más directamente en la transformación de las relaciones sociales entre los seres humanos.
Una sugerencia es que la transición se va a producir mediante la reducción progresiva del tiempo de trabajo a través de la aplicación de la planificación y no principalmente a través de la nacionalización de toda la economía y la aplicación de un sistema de racionamiento. Para algunas producciones, si no hay suficiente abundancia, la abolición de la forma de mercancía en favor del racionamiento puede simplemente crear mercados negros. Obviamente, la nacionalización y la reducción de las horas de trabajo no son mutuamente excluyentes. Es importante señalar que, en la transición al comunismo, la atención debe centrarse en el proceso de transformación de la mano de obra y de otras fuerzas productivas, en la reducción de las horas de trabajo y en la colectivización de las habilidades, más que en el porcentaje de la economía que ha sido confiscado por el Estado. La nacionalización debe considerarse como un medio para alcanzar estos objetivos, pero no como un fin en sí mismo. Al someter el desarrollo de las fuerzas productivas a nuevas relaciones sociales mediante la planificación científica socializada, se desarrollarán nuevas fuerzas de producción, lo que a su vez desarrolla nuestra libertad más allá de los límites de la necesidad y la capacidad de transformar nuestro entorno. Las dos categorías de relaciones sociales de producción y fuerzas de producción pueden desarrollarse en una relación de refuerzo mutuo. Desarrollar el comunismo no es una cuestión de privilegiar las fuerzas productivas sobre las relaciones de producción o viceversa, sino de transformar ambas en una relación de refuerzo mutuo.
De acuerdo con Marx, tiene sentido distinguir entre una fase inferior y otra superior del comunismo. La fase superior del comunismo implica una sociedad en la que no sólo la producción está totalmente socializada, sino también la distribución, es decir, el libre acceso a los bienes sin una forma de dinero o racionamiento por parte del Estado que medie entre la humanidad y los medios de producción. Esto se distingue de la fase inferior del comunismo, en la que la producción socializada sigue basándose en el uso, pero los bienes se distribuyen al trabajador en función de su contribución de tiempo de trabajo (con alguna forma de seguro social para los que no pueden trabajar). El fin de la producción basada en el valor de cambio en favor de la producción directa de valores de uso es una propiedad básica tanto de las fases inferiores como de las superiores del comunismo. El comunismo implica el fin de la compraventa. Esto es lo que se entiende cuando se dice que es necesario abolir la forma-valor. Esto está bien resumido en el ABC del Comunismo de Bujarin y Preobrazhensky:
El método de producción comunista presupone además que la producción no es para el mercado, sino para el uso. Bajo el comunismo, ya no es el fabricante individual o el campesino individual quien produce; el trabajo de producción es efectuado por la gigantesca cooperativa en su conjunto. Como consecuencia de este cambio, ya no tenemos mercancías, sino sólo productos. Estos productos no se intercambian entre sí, no se compran ni se venden. Simplemente se almacenan en los almacenes comunales y se entregan posteriormente a quienes los necesitan. En estas condiciones, el dinero ya no será necesario. ¿Cómo puede ser eso?», preguntarán algunos de ustedes. En ese caso, una persona recibirá demasiado y otra demasiado poco. ¿Qué sentido tiene ese método de distribución? La respuesta es la siguiente. Al principio, sin duda, y tal vez durante veinte o treinta años, será necesario tener varias regulaciones. Quizá sólo se suministren ciertos productos a aquellas personas que tengan una anotación especial en su libro de trabajo o en su tarjeta de trabajo. Posteriormente, cuando la sociedad comunista se haya consolidado y desarrollado plenamente, no serán necesarias tales regulaciones. Habrá una gran cantidad de todos los productos, nuestras heridas actuales se habrán curado hace tiempo y cada uno podrá obtener la cantidad que necesite. Pero, ¿no le interesará a la gente tomar más de lo que necesita? Ciertamente no. Hoy en día, por ejemplo, nadie piensa que vale la pena, cuando quiere un asiento en un tranvía, coger tres billetes y mantener dos plazas vacías. Lo mismo ocurrirá con todos los productos. Una persona tomará del almacén comunal precisamente lo que necesite, no más. Nadie tendrá interés en tomar más de lo que quiere para vender el excedente a otros, ya que todos estos otros pueden satisfacer sus necesidades cuando quieran. El dinero no tendrá entonces ningún valor. Lo que queremos decir es que al principio, en los primeros días de la sociedad comunista, los productos se distribuirán probablemente de acuerdo con la cantidad de trabajo realizado por el solicitante; en una etapa posterior, sin embargo, se suministrarán simplemente de acuerdo con las necesidades de los camaradas.
Para conseguirlo, la sociedad tendrá que desarrollar enormemente sus capacidades productivas y racionalizar su organización social. La abolición de la forma-valor no se produce por decreto, reprimiéndola mediante una «dictadura comunista contra el valor». El objetivo es más bien cambiar las relaciones y las fuerzas de producción para poner a la sociedad en una vía de desarrollo hacia ese fin. Es necesario no limitarse a negar la forma-valor y suprimir la existencia de la producción de mercancías en favor del racionamiento burocrático, sino trascender la forma-valor produciendo nuevas relaciones sociales que permitan una forma de reproducción social no alienante y no explotadora.
También debe quedar claro que el comunismo no es una posibilidad de formación nacional, porque requiere la plena cooperación de la división mundial del trabajo. La capacidad de una dictadura del proletariado para trascenderse a sí misma y marchitarse como Estado depende del éxito de la revolución mundial; mientras el mundo sea capitalista, los revolucionarios tendrán que hacer compromisos económicos con el capitalismo. Lo que importa inicialmente es que, políticamente, el poder esté en manos del proletariado. A partir de ahí, el proletariado comienza a dar pasos hacia el socialismo de acuerdo con lo que es materialmente posible, creando inicialmente un sector socializado embrionario al apoderarse de las industrias clave y planificarlas, así como ponerlas bajo el control de los trabajadores, y aumentando gradualmente la cantidad de producto social que está a libre disposición de todos a pesar del tiempo de trabajo dedicado a dicho producto. A medida que la producción se planifica científicamente de acuerdo con las necesidades humanas, la distribución puede hacerse cada vez más sobre una base libre y comunal, lo que existe del sector de mercado restante de los pequeños productores se desvanecerá. Se puede pensar en la noción de Preobrazhensky de la ley de la planificación y la ley del valor, donde la ley de la planificación crece con la socialización de la industria para desplazar las regulaciones de las mercancías por la ley del valor.23 El proceso debe hacerse con cuidado, a un ritmo que evite grandes alteraciones del equilibrio social. La fusión del trabajo con la educación para producir un excedente de trabajadores cualificados es necesaria para que los especialistas no puedan utilizar sus conocimientos como monopolios de los que beneficiarse. Más bien se utilizará colectivamente para contribuir al intelecto general de la sociedad.
La nueva sociedad socialista que se desarrolle a partir de la república obrera en transición hacia el comunismo será una creación única que evolucionará a partir de la cáscara proporcionada por la vieja sociedad capitalista, una creación del proletariado que toma la producción y la ciencia en sus propias manos. A medida que se socialicen más bienes en la distribución, se erosione la división mental/manual del trabajo y se reduzcan en gran medida las horas de trabajo necesarias para todos, la gente tendrá más tiempo libre, no sólo para el ocio sino para mejorar y dedicarse al tipo de florecimiento humano no alienado que Marx afirmaba que se generalizaría. Una sociedad así, libre de un Estado represivo, será una «libre asociación de productores» en la que toda la humanidad formará una comunidad común y unificada. Sin embargo, para llegar allí, hay que atravesar la lucha de clases, que es sobre todo una lucha política: una lucha por el poder.
- Soma Marik, Revolutionary Democracy, 68.
- https://www.marxists.org/archive/kautsky/1881/state/1-statesoc.htm
- Manfred B. Steger, The Quest for Evolutionary Socialism: Eduard Bernstein and Social Democracy, page 84.
- Frederick Engels, Introduction to Karl Marx’s Class Struggle in France 1848 to 1850, 1895
- See chapter 3 of Gary P. Steenson’s Not One Penny, Not One Man: German Social Democracy 1863-1914 for details on the union movement’s relation to the SPD.
- See Pierre Broue’s The German Revolution and its description of the early KPD, or Theodore Draper’s Roots of American Communism which describes the immediatist politics of the earliest formations of the CPUSA.
- Martov and Zinoviev: Head to Head at Halle, pg. 137
- Florian Wilde, Building a Mass Party: Ernst Meyer and the United Front Policy, sourced from Weimar Communism as a Mass Movement 1918-1933, pg. 67.
- Open Letter to German Workers’ Organisations, sourced in To the Masses: Proceedings of the Third Congress of the Communist International, 1921, 1061-1063.
- On Tactics of the Comintern, sourced in Toward the United Front: Proceedings of the Fourth Congress of the Communist International, 1922, 1157.
- Florian Wilde, Building a Mass Party: Ernst Meyer an the United front Policy, sourced from Weimar Communism as a Mass Movement 1918-1933, pg. 72
- Russel Jacoby, Stalin, Marxism-Leninism and the Left, 51-52.
- See Carl Schorske, German Social Democracy, 1905-1917[/note] Lo que hizo diferente al «partido leninista de nuevo tipo» no fue el centralismo democrático. En lugar de un simple centralismo, los partidos de la Comintern tenían una forma de «monolitismo», para usar la frase de Fernando Claudin.13Fernando Claudin’s, The Communist Movement, From Comintern to Cominform Part 1, pgs 103-125, contains a critique of Comintern monolithism.
- http://moufawad-paul.blogspot.com/2012/10/lets-avoid-being-sucked-back-into.html15 Sin embargo, la crítica maoísta a la lógica del economicismo y la derrota que alimenta el movimientismo no tiene ninguna alternativa real que ofrecer más allá de una fantasía de «guerra popular prolongada» en la que un movimiento de masas crece en el proceso de librar una violenta lucha de guerrillas contra el Estado. La alternativa maoísta realmente existente a la política del movimientismo en EE.UU. no es mejor, y consiste principalmente en posturas militantes sin sustancia política y en el sectarismo. Si bien los maoístas pueden tener razón en sus críticas a otros leninistas, su alternativa parece implicar actuar como anarquistas insurrectos con banderas rojas. Tampoco se alejan del modelo de la «minoría militante», sino que lo redoblan con llamados a «poner la política al mando» y se jactan de su supuesta «política militar».
Aunque los grupos leninistas modernos obviamente no tienen ninguna conexión orgánica o significativa con la Comintern, ésta sigue siendo el punto de referencia al que se orientan estas organizaciones. Entre las organizaciones leninistas, la idea del partido como una «vanguardia» minoritaria que no depende del apoyo de la mayoría se basa en un malentendido de la Revolución Rusa. Al igual que los eruditos burgueses, este malentendido considera la Revolución de Octubre como un golpe de estado, pero la acepta, creyendo que es una prueba de que un partido minoritario puede abrirse camino hacia el poder estando en el lugar correcto en el momento adecuado. Esta perspectiva se filtró en la Comintern, a pesar de las protestas de Lenin en Comunismo de Izquierda. En lugar de comprometerse críticamente con la política elaborada en el texto, los leninistas optaron por utilizarlo como una guía para justificar el oportunismo sinvergüenza . La idea de la minoría militante que canaliza la energía de la acción espontánea de las masas es esencialmente lo que une tanto a la Comintern temprana como al ‘movimientismo’ actual, así como a los críticos maoístas del movimientismo.
Es necesario ir más allá del leninismo realmente existente. Esto no significa disputar a Lenin o distanciarse de su legado; fue uno de los más grandes marxistas y revolucionarios de todos los tiempos y sus obras y su vida están marcadas por la brillantez política. Sin embargo, hoy en día, el «leninismo» distorsiona o ignora casi por completo al primer partido bolchevique y su relación con la Segunda Internacional y se centra simplemente en repetir la experiencia de la Comintern. Lo que necesitamos es ir más allá de un intento de sistematización de la Comintern y de Lenin en particular, sino continuar con la sistematización del marxismo en su conjunto sobre la base de toda la historia de la lucha de clases. Esto es lo que hizo Lenin. Lenin no se veía a sí mismo como un «leninista», creando una nueva etapa del marxismo, sino como un marxista ortodoxo aplicando un sistema de pensamiento a sus propias condiciones. Esto no significa que debamos rechazar las contribuciones más vitales de Lenin, por ejemplo, sus puntos de vista sobre el derrotismo revolucionario y el imperialismo. Lo que sí significa es que mucho de lo que hizo grande a Lenin ya estaba en Marx, Engels e incluso Kautsky. Significa que, de la misma manera que Marx aprendió críticamente de los fracasos de la Liga Comunista al desarrollar su teoría del partido, nosotros debemos aprender críticamente de los fracasos de todas las Internacionales pasadas, especialmente la Segunda y la Tercera (que históricamente tuvieron el mayor impacto en la política de masas).
Las lecciones negativas, es decir, lo que no se debe hacer, son las más fáciles de extraer de nuestra historia: conocemos el resultado final y podemos identificar los errores de juicio de los actores. Pero las lecciones positivas, como lo que debemos hacer, son más difíciles. La ortodoxia común del «leninismo» es que sólo hay lecciones negativas que aprender de la experiencia de la II Internacional, y sugerir lo contrario es comprometerse con el reformismo. Sin embargo, un partido obrero de masas con independencia de clase dirigido sobre líneas democráticas sigue siendo relevante, a pesar de sus raíces básicas en la Primera y la Segunda Internacional. La estrategia de este tipo de partidos, de construir pacientemente fuerzas a través de luchas sindicales y electorales, organizando comunidades proletarias y construyendo una especie de centro de poder alternativo dirigido por la clase obrera – eventualmente para tomar el poder y convertirse en la clase gobernante – parece tener más sentido que cualquier tipo de esperanza en el insurreccionalismo espontáneo o en una huelga general que la izquierda tenga que ofrecer como alternativa. Podemos aceptar esta estrategia al tiempo que rechazamos el socialchovinismo del SPD alemán. También podemos aceptar los avances de la Tercera Internacional, especialmente en su objetivo de construir un partido verdaderamente internacional que se oponga resueltamente al imperialismo y al Estado burgués, dispuesto a utilizar medios no legales si es necesario, y cerrado a los reformistas nacionalistas como un Bernstein o Bernie Sanders. También podemos rechazar el modelo burocrático y semimilitarizado de la cadena de mando adoptado por los partidos modernos inspirados en la Comintern en favor de una robusta democracia intrapartidaria, tolerando las facciones sin imponer un rígido centralismo ideológico. Como hizo la Primera Internacional, debemos aspirar a la unidad programática más que a la ideológica. Como demostró la experiencia de la Segunda Internacional, es necesario trazar la línea en algún lugar y no tolerar que las opiniones reaccionarias tengan una plataforma en el partido. La futura Internacional Comunista debe desarrollar la unidad programática a través de la actividad colectiva en su conjunto, y probablemente nunca tendrá una unidad ideológica total. Sin embargo, deben aplicarse unas normas políticas mínimas básicas. Idealmente, es en un programa fuerte y claro donde se pueden desarrollar estas normas de unidad de principios. Sin embargo, no se puede hacer una norma formal que impida caer en el monolitismo de la Comintern o en el oportunismo de la Segunda Internacional, es también una cuestión ideológica, de debate político.
Las fuerzas del proletariado son débiles y están divididas, hará falta un planteamiento de largo recorrido para desarrollar un partido que pueda ser un vehículo de acción política independiente. Esto no se basa en ningún tipo de esquema de «hacerse rico rápidamente», en el que el partido utiliza una línea de masas o reivindicaciones transitorias para atraer a la clase obrera sin convencerla realmente y ganarla para la política revolucionaria. Significa tener que desarrollar la fuerza organizativa real para poner a la clase obrera al mando de la sociedad. Hay que construir esencialmente un «Estado dentro del Estado» que se oponga al orden burgués y que consiga la lealtad de los proletarios en su mayoría contra el Estado capitalista. No podemos esperar que la crisis simplemente acelere a la clase obrera hacia una miseria tal que no tenga más remedio que ir a las huelgas de masas para formar consejos obreros y luego tratar de insertar a nuestra minoría militante en el movimiento para guiarlo por el camino correcto. La construcción de una alternativa real al dominio capitalista requiere, como señaló Lenin, un núcleo de principios que sea capaz de mantenerse políticamente coherente mientras utiliza todas las tácticas posibles. No debe dejarse sin utilizar ningún espacio abierto en la sociedad civil, donde podamos agitar y educar. Un partido obrero independiente de clase que no descuide esta lucha es una necesidad.
Qué tipo de partido
¿Qué significa que un partido sea un «partido obrero independiente de clase»? ¿Debe el «partido de clase» ser un partido de vanguardia o de masas? Para responder a estas preguntas, debemos examinar primero el principio más abstracto de los «intereses de clase» para entender lo que significa la independencia de clase. Un partido obrero significa, en un lenguaje más llano, un partido proletario. Para Marx, el proletariado es, en general, toda la sociedad «sin reservas», lo que significa que no poseen ninguna propiedad con la que subsistir, y se ven obligados a depender del fondo general de los salarios pagados por la clase capitalista, propietaria. El proletariado no son simplemente los trabajadores de las fábricas, sino toda la sección de la sociedad que depende del fondo de salarios para sobrevivir, en muchos casos ni siquiera están formalmente empleados. El proletariado no tiene relaciones de propiedad propias que mantener. Realiza un trabajo cooperativo a escala global pero mediado por la anarquía del mercado. El amplio proletariado sólo puede liberarse cooperando a través de todas sus divisiones sociales y poniendo fin colectivamente a su separación de los medios de producción. Sin embargo, la clase burguesa, propietaria, tiene intereses en el mantenimiento de las relaciones de propiedad que le permiten existir como clase. Por naturaleza, estas dos clases luchan en última instancia no sólo por las necesidades de los trabajadores o los impulsos de los capitalistas en el día a día, sino que se disputan los propios modos de producción. Los intereses de clase, sin embargo, no se derivan de la conciencia subjetiva de los miembros individuales de una clase, sino de un análisis abstracto del modo de producción capitalista. Debido a la imposibilidad de la liberación a través de la reversión a la pequeña producción de mercancías, el comunismo es la única opción para la liberación del proletariado (y además, el autoempleo para todo el proletariado a través de un retorno a la pequeña producción de mercancías no es un resultado histórico deseable o posible). Se puede decir que el proletariado como clase, porque es la clase obligada a luchar por el comunismo, lleva consigo los intereses de la humanidad, ya que el comunismo implica la liberación de la humanidad en su conjunto. Sin embargo, sólo aquellos que no tienen intereses reales en el sistema capitalista nunca lucharán colectivamente, como clase, por abolirlo.
Cuando hablamos de intereses de clase, nos referimos no sólo a las necesidades a corto plazo, como la mejora de las condiciones económicas y la ampliación de los derechos democráticos, sino a la necesidad a largo plazo de derrocar el trabajo asalariado y establecer el comunismo. Por independencia de clase significamos que los intereses de clase del proletariado son independientes y exclusivos del proletariado y son antagónicos con los intereses objetivos de todas las demás clases propietarias tal y como existen en el capitalismo, por lo que se oponen a todo dominio de clase en sí. Existe una contradicción que no puede resolverse mediante ningún esquema de «armonía» entre las clases propietarias (la burguesía, su élite burocrática y los terratenientes) y la clase desposeída (el proletariado, que crece a medida que los pequeños propietarios son eliminados del negocio y la mano de obra especializada se vuelve menos cualificada). La independencia de clase significa organizarse en torno a un programa político que exprese los intereses exclusivos del proletariado que difieren de los de otras clases: la necesidad de derrocar el sistema capitalista, del que sólo el proletariado sin propiedades no tiene interés. También significa no formar bloques electorales con partidos burgueses, ni pretender ganar el apoyo de la burguesía cambiando el programa de clase para restar importancia al comunismo o a la toma del poder del Estado por la clase asalariada. Un partido independiente de clase y un partido comunista significan esencialmente lo mismo, si aceptamos la teoría marxista mayor sobre la política de los intereses de clase. Un programa independiente de clase es, por tanto, aquel que expresa no las necesidades subjetivas de los trabajadores en un momento dado, sino sobre el papel global del proletariado en la historia según un análisis marxista. Por supuesto, un programa debe ser algo más que simples palabras, sino que también debe expresar los principios que animan la actividad diaria del partido.
¿Un partido que hace concesiones en su programa a los pequeños propietarios pierde su independencia de clase? Esta pregunta plantea por qué es importante diferenciar entre un programa mínimo y uno máximo. El programa mínimo debe ser un conjunto de medidas que, si se promulgan, llevarán al proletariado al poder. Debería incluir la creación de un estado comunal, el armamento del proletariado, la disolución de la policía y el ejército, la nacionalización de los monopolios, lo que llevaría a una ruptura decisiva con el poder estatal burgués. No se trata de la abolición de la burguesía (y, por tanto, de todas las distinciones de clase), sino de su dominio político inicialmente en una determinada región (cuanto más grande, mejor). El proletariado y la burguesía siguen reproduciéndose como categorías, pero el capitalismo existe en estado de decadencia, la burguesía existe principalmente en la pequeña producción y en la propiedad intelectual de los burócratas. Debido a su papel en la reproducción social (a menudo como especialistas o productores de bienes vitales), habrá que hacer concesiones a estas clases para que el proletariado mantenga el poder sin que se rompa la reproducción social. Por lo tanto, un programa mínimo que haga ciertas concesiones económicas a los pequeños productores, como los pequeños empresarios, no es necesariamente incompatible con los intereses del proletariado. Sin embargo, tales exigencias son incompatibles con el programa máximo, que expresa el objetivo final del comunismo. El pleno desarrollo de una esfera socializada de reproducción social acabará por dejar las relaciones de pequeña propiedad en el cubo de la basura de la historia, pero esto requiere la transformación a largo plazo tanto de las fuerzas como de las relaciones de producción. Los pequeños propietarios no serán inmediatamente colectivizados a la fuerza por el proletariado del mismo modo que lo serán los mayores capitalistas monopolistas. Debido a que los pequeños propietarios controlan pequeñas parcelas de la economía, como partes de la agricultura y la tecnología, no será fácil colectivizarlos inmediatamente -la cooperación con estos sectores es necesaria para mantener el funcionamiento de la sociedad. Hay que instarles a que formen cooperativas y se integren en el sector socializado, pero con el tiempo, se quedarán sin negocio al competir con el creciente sector socialista. El proletariado no puede ceder demasiado poder económico a los pequeños propietarios sin arriesgar su propio poder y tener que limitar la gobernanza democrática. Es necesario un difícil equilibrio.
El programa mínimo tampoco debe ser un conjunto de medidas que «completen la revolución democrático-burguesa», como sugieren algunos. No hay una «finalización» de la revolución burguesa en la que se destruyan todos los restos opresivos del orden pre-capitalista, salvo la revolución proletaria que trasciende la revolución burguesa por completo, eliminando todas las formas de explotación y opresión de clase, incluidas las que precedieron al capitalismo. Debe ser un conjunto de medidas que cambien la forma del Estado de manera que el proletariado, o la clase obrera, sea ahora la clase gobernante. Tal sociedad fue llamada «dictadura del proletariado» por Marx, pero tal vez un término contemporáneo, más viable políticamente, podría ser la «república de los trabajadores». En el programa mínimo, algunos aspectos pueden ser reformas alcanzables bajo el capitalismo, pero si se promulga en su totalidad debería transformar el estado burgués en una república obrera; una metamorfosis de la dictadura de la burguesía a una dictadura del proletariado.
Un programa mínimo adecuado también evita las trampas del economicismo, no centrándose simplemente en las demandas económicas de la lucha de clases inmediata, sino también en las demandas que abordan la lucha por los derechos democráticos de las mujeres y las nacionalidades oprimidas, así como la naturaleza general tiránica y antidemocrática del Estado. Esto significa asumir demandas por la libertad sexual, por la libertad de la censura, por el derecho a poseer armas de fuego y por la democracia en todas las esferas de la vida. Citando a Lenin en 1890, «Al librar sólo la lucha económica, la clase obrera pierde su independencia política; se convierte en la cola de otros partidos y traiciona el gran principio: ‘la emancipación de las clases obreras debe ser conquistada por la propia clase obrera'».16Lenin, The Urgent Tasks of Our Movement, 1890
- Vernon T. Lidke, The Alternative Culture: Socialist Labor in Imperial Germany (1985)
- https://spartacus-educational.com/USAparsonsA.htm
- For example see Erik Olin Wright, How to Think About (and Win) Socialism and Vivek Chibber’s Our Road to Power, both published online on Jacobin.com.
- https://www.marxists.org/archive/lenin/works/1917/apr/20b.htm
- https://www.marxists.org/archive/lenin/works/1918/may/09.htm
- See Preobrazhensky’s New Economics for a more detailed explanation of this concept.